
Foto: Toñi Ortiz, Vilafranca de Córdoba
En la actualidad se ha ido normalizando la difusión por los medios de comunicación de noticias relativas al cambio climático, al panorama político o económico, la inmigración, la guerra y sus consecuencias, entre otras, que generan desesperanza, incertidumbre, y a veces un sentir de pérdida de rumbo.
¿Pero qué es la esperanza, cuál es su alcance? Distinguiría dos planos: uno la esperanza como valor humano, y otro que lo trasciende, la esperanza como virtud teologal.
Como valor humano la esperanza sostiene ya nuestro presente, el aquí y ahora, pero está orientada a una expectativa de futuro que se abre fiable, pleno, con garantías de felicidad. La persona con esperanza tiene un horizonte de sentido que la alienta a construir, a ensayar estrategias, a marcar una hoja de ruta con metas, incluso pequeñas metas, en las que persevera.
Hoy en un mundo donde el individualismo, la división, el enfrentamiento, el aislamiento, se enraízan y destruyen a la persona, a los pueblos, sembrar esperanza, expandirla, es una exigencia para sobrevivir y hacer un futuro mejor. Por ello aunque la esperanza está en cada persona, y la hace resiliente en la adversidad, tiene una fuerte dimensión social, es dialogante y está llamada abrirse a las expectativas que otros grupos puedan ofrecer.
El papa Francisco en su catequesis nº 18 (2024-2025) afirma que la esperanza es una virtud teologal porque no emana de nosotros, “es un don que viene directamente de Dios”. Explicando la carta encíclica Spe Salvis de Benedicto XVI : “Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva se hace llevadero también el presente”, afirmó que si falta la esperanza, “todas las demás virtudes corren el riesgo de desmoronarse y acabar en cenizas” si no tenemos la certeza de “un mañana fiable, un horizonte luminoso, sólo quedará concluir que la virtud de la esperanza es un esfuerzo inútil”.
Esta perspectiva del Papa nos lleva a contemplar que necesitamos la luz de una esperanza más honda, “más grande” (Benedicto XVI), y que perseverar en nuestros caminos, abandonados a nuestras solas fuerzas, el valor humano esperanza acaba por perderse, o incluso puede caer en el fanatismo.
Siguiendo la reflexión del Papa Francisco “como cristianos nuestra esperanza no es por mérito propio, …cada cristiano cree en el futuro porque Cristo murió y resucitó y nos dio su Espíritu, es desde ahí como podemos afrontar nuestro presente”. La fe en su resurrección y la experiencia del amor con el que hemos sido salvados nos da la certeza de que ni los fracasos ni la muerte tienen la última palabra, y pese a las sombras que encontramos en la historia Cristo es una luz en nuestros caminos.
Junto a El y muy cercana de nosotros está María su madre la que “guardaba todo en su corazón”. Es en la cruz, el viernes santo, cuando recibe de su Hijo la misión de ser madre de todos los que le siguen.
María en la oscuridad del sábado santo con Jesús muerto, cuando parecía haberse frustrado todo, guardó en su corazón la clara luz de la esperanza.
En la Claraesperanza encontramos el gesto de una madre que nos acoge y alienta a esperar, desde la elocuencia de su estar silencioso nos interpela a avivar esa llama de esperanza activa en nuestro mundo.
Madrid
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