La rutina es un enemigo de la persona y de la convivencia. Cuando el ambiente se torna aletargado y mediocre, Jesús nos pide que seamos sal y luz. ¿Por qué? La sal preserva de la corrupción y, administrada en su justa medida, da buen gusto. En el evangelio, los necios son los sosos, los insípidos, los faltos de sabor. Ser salado equivale a ser sabio. Acumular conocimientos no lleva a la felicidad, lo que sí nos lleva es a saborear estos conocimientos. Hemos de aprender a vivir la sabiduría del corazón. Cuando se bautizaban a los niños, antes se les ponía un poco de sal en los labios, para recordar que tenían que ser sal para el mundo. Cuando en el ambiente rural se hacía el ritual del “salpás”, se oraba porque aquella casa quedara preservada de todo mal y, a la vez, que los que la habitaban fueran sal.
Jesús también nos pide que seamos luz. Si en una habitación oscura encendemos una luz, hay exactamente lo mismo que había antes, pero todo parece nuevo: todo toma color y relieve. Descubrimos que hay cosas que ni imaginábamos. Y, a menudo, nos hace más felices reconocer que conocer… Jesús no ha venido a añadirnos nada nuevo, sino a dar plenitud a todo lo que somos y lo que tenemos. Por eso el clamor: ¡abrid las puertas a Cristo! Ha venido a iluminar nuestra vida. Cuando una persona sabe cultivar la soledad y el silencio aprende a hacerse cargo de los dolores y de los sufrimientos de los otros. Nos lo ha dicho el profeta Isaías: cuando compartes el pan, cuando acoges al vagabundo, estalla en tu vida una luz como la de la mañana y se cierran al instante tus heridas. En ti se enciende la luz y tú mismo eres luz para los otros.
¡Qué humildad la de San Pablo! Dice a la comunidad de Corinto. “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor…”. ¿Por qué? Porque sabía, porque sabemos, que aquello que anunciamos, nos sobrepasa.
Cuando hoy se habla de nueva evangelización, pensamos que quizás la Iglesia, en otros tiempos, había fracasado por negligencia o por poca credibilidad. Es posible que haya sido así, pero no nos podemos quedar en el fenómeno sociológico, porque la Iglesia en el mundo presenta signos de santidad constante y testimonios… En todas las épocas, hasta en las más oscuras, ha habido personas que han sido luz. Como dice el presidente del nuevo dicasterio para la evangelización, Rino Fisichella, “ponerse al servicio de la persona humana para comprender la angustia que lo mueve y proponerle una salida que le ofrezca serenidad y alegría, es la bella noticia que anuncia la Iglesia”.
Por Jaume Aymar Ragolta
Voz: Ester Romero
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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