El payaso gusta a los niños porque éstos se ven reflejados en él: al niño le gusta ir disfrazado, grotesco, sucio, desaliñado, pintarrajeado. Es una expresión de libertad, de reírse de los convencionalismos de los mayores; el niño se cree listo, a la vez inocente, como el payaso, aunque los «listos» mayores le llamen tonto. El niño sabe que tiene «su» razón y le parece más profunda que la que dicen tener los mayores.

Luego hay el «listo», ese que aunque se llama payaso, no lo es. Va pulcro, lleno de lentejuelas bordadas; coquetamente maquillado, cucurucho de seda en la cabeza, etc. Es un payaso despayasado, sin espontaneidad, metido en estructuras convencionales, símbolo de los humanos deshumanizados, hechos ya ejemplares de arquetipos prefabricados. Se creen listos, pero son de una listeza convencional, que el payaso hace quedar muchas veces en ridículo.

A menudo hay otro personaje, un hombre vestido de frac. Es el símbolo de la elegancia humana. ¡Cuánto hay que desear tener esa virtud: elegancia humana! No es cuestión de vestidos; el vestido es un simple símbolo de ello. Es cuestión de actitudes y talantes. Pues bien, el elegante es el que pone al listo en su justo lugar, rebajándole los humos, y el que comprende las «razones cordiales» del payaso llamado tonto, pero queriendo ayudarle a que, sin perder su inocencia, su bondad, su sabiduría profunda, ni su espontaneidad, ésta llegue a ser sencillamente elegante.

No cabe duda que el señor del frac, muchas veces, es Nuestro Señor; el payaso, el pueblo fiel, ¡festivo! Desgraciadamente el «listo», muchas veces, somos nosotros.

Lo malo, lo peor, es que a veces, se suprime del escenario al elegante hombre del frac, y el «listo» –ridículo en su elegancia de lentejuelas y de maquillaje– quiere no sólo hacer su papel, sino absorber también el papel del hombre del frac. Entonces, definitivamente, se convierte en un payaso de hazme-reír.

Por Alfredo Rubio de Castarlenas

Voz: Eduardo Romero

 

Audio: El payaso tonto, el listo y el hombre del frac