Hay varios argumentos a favor de que el perdón es un derecho humano, ninguno de ellos puede sin embargo hacerlo obligatorio, es decir, el perdón entraña procesos personales y ejercicio de la libertad. Toda persona es digna de ser perdonada, pero el perdón no puede ser exigido, es como el amor, surge de la libertad, de lo contrario no es posible.
No es posible imponer a alguien que perdone a otra persona. La voluntad de perdonar, no obstante es un primer paso para iniciar un proceso. Tampoco la voluntad sola basta. Por mero esfuerzo voluntarista, el perdón puede llegar a ser falso. La voluntad de una persona para perdonar es la llave para iniciar el camino, pero el perdón es un trabajo permanente.
La palabra per-dón, del latín, significa dar de nuevo, devolver, volver a dar. ¿Devolver qué cosa?, la amistad, el amor, devolver al otro su paz. En este sentido, ¿quién puede tener derecho a quedarse con la paz de otro? Cuando dos personas se estiman y sucede una ruptura entre ellas, lo que había de estima pareciera desaparecer, el perdón, entonces, sería regresarle al otro el odio, la rabia… que podría sentir hacia él. De alguna manera, nadie tiene derecho a quedarse con el “don” de los otros, con guardarle rencores. En estricto rigor, no habría pues “nada” que devolver, sería absurdo pensar en perdonar, puesto que nada se ha quitado al otro. Pero todos sabemos que no es así y que cuando hay ofensa se pierde la paz, esa paz que alimenta el espíritu, el aliento, el alma humana.
Entre amigos auténticos, el amor debe poder superar las rupturas. No obstante ello, las personas hacemos caminos a veces muy largos hasta conseguir este nivel de madurez en que nos situamos en el amor puro. Generalmente, justamente con las personas que más interactuamos y queremos, es con las que más sufrimiento ocasionamos y nos es ocasionado.
Es por ello que cada día nos volvemos a dar al otro y esperamos ser correspondidos. Todas las personas tienen derecho a ser amadas.
Pero todavía es preciso ahondar más. ¿El derecho a ser amados supone pues que todos nos amemos por igual? No podemos pretender ser amadas por todos y todas y no ocasionar nunca ningún dolor. Ello significaría la muerte. La vida es el resultado de crecimientos y exigencias continuas. Querer ser amada o amado por todos y amar a todos es pretender ser Dios. Por lo tanto, el amor, y el perdón, tienen un límite, el límite de la propia existencia. Todos somos limitados y, al igual que producimos dolor, lo sufrimos. ¿Qué significa, pues, tener derecho a ser amado y a ser perdonado? Significa tener derecho a desarrollar la capacidad de amor y de perdón. Ello implica toda la vida.
La tarea del perdón la tiene que hacer uno mismo
Como hemos visto, el perdón no puede ser exigido y tampoco es fruto solamente de la voluntad, es un proceso. Este camino lo hace cada uno. Cada ofensa, cada dolor, cada situación que me separa de alguien requiere de mi parte un trabajo personal. No puedo exigir lo mismo del otro, ya hemos visto que el perdón es libre y voluntario. Tampoco puedo sentarme a esperarlo, puesto que el perdón del otro es solamente una parte. La más importante, la parte del perdón que sí puedo esperar y por la que tengo que trabajar, es la mía propia. Cada persona tiene el derecho y la tarea de ejercer ella el perdón, en primer lugar hacia ella misma. Soltar las amarras que nos hacen esclavos de apariencias que hinchan el ser y caminar cada día más libres. La libertad es también un ejercicio que crece de la mano del trabajo personal.
Así, sin lugar a dudas, toda persona tiene derecho a ejercer su propia vida, amarse, desarrollar la capacidad de amar a otros y vivir de manera plena el perdón, que está en uno.
Por Elisabet Juanola Soria
Voz: Eduardo Romero
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