Manuela Pedra Pitar, en su libro “Ser Pan para los demás”, dice: “Nunca he tenido una crisis de fe. Dios sabrá por qué me ha preservado de este sufrimiento. Sí, en cambio, he sufrido durante unos años una crisis de esperanza, creo que una verdadera noche oscura, que me hizo sufrir muchísimo. Pero recuerdo cómo, en esta noche que me representó un sufrimiento tan grande, no sé cómo hubiera podido seguir adelante si no hubiera sido por esta Presencia que estaba ahí pero no daba ningún consuelo ni ninguna luz, para nada impedía la aflicción tan severa que sentía”.

Parece que este mundo se va muriendo y no hay nada que hacer. Políticos y ecologistas nos van diciendo que tratamos mal el Universo, la tierra, el mar… y podemos caer en la desesperanza en que el ser humano no es capaz de cuidar cuanto le rodea. Sin embargo, cuando veo escenas como las últimas acaecidas en Valencia, siento que esa esperanza en el ser humano es real; un ser que en las duras se olvida de sí mismo y se atreve a enfangarse, a no dormir, a dar gran parte de lo que tiene para que en otros lugares la gente pueda sobrevivir.

Los medios de comunicación consideran que dar malas noticias, críticas de otros, acusación de la actuación de famosos, etc. es una buena manera de conocer lo que se cuece en el mundo, pero lejos de eso, lo único que consiguen es deprimir al espectador y, consecuentemente, todos nos volvemos seres de brazos caídos.

Es verdad, estamos inmersos en una sociedad con un ritmo ajetreado, que nos provoca ansiedad, tensión, malestar en todos los niveles, para provecho de multinacionales o empresarios que se sirven del ser humano. Pero, el ser humano es capaz de levantarse en los momentos más abrumadores para salvar a los suyos y a ellos mismos.

Ciertamente, esa noche fue una noche oscura, de sufrimiento. Esas horas de riada, de pérdidas humanas y materiales, donde veían peligrar toda su vida, era un tiempo de tremendo dolor, como el que referíamos al inicio en palabras de Manuela Pedra. Y, en ese escenario tan desgarrador, llega la Presencia. Sigue la Presencia, en forma y fondo de ser humano.

Cuando me pidieron escribir este artículo pensé en contar mi experiencia de persona esperanzada porque se que Dios Padre nos ama profundamente y solo he tenido experiencias de que así es, pero la Dana me ha hecho pensar en la capacidad que tiene la persona de levantarse, de sentir su amistad con otros seres sufrientes que seguro ni conocen. Todo es ponerse en la piel del otro herido, ver hasta dónde llega el dolor, la desesperación al verse tan desamparado. Y entonces, siendo creyente y viendo a Jesús, o no siendo creyente, viendo al hermano, a otro ser como él o ella con ese trágico dolor, el corazón se enternece y se olvida de uno o una misma. Así, Dios es con nosotros. Dios es Presencia.

La confianza en Dios hace que la esperanza sea auténtica. Si lo que soñamos, lo que hacemos, es de Dios, no deberíamos tener ninguna duda, ninguna desconfianza en que ese proyecto que tengamos entre manos saldrá a la luz para bien de tod@s l@s herman@s.

Inma Corona