La Virgen María es reina de la alegría, que ella nos dé ese inmenso don. Cuando nosotros predicamos la fe, cuando testimoniamos el cristianismo, cuando proclamamos la Resurrección de Jesucristo, a veces nos enfadamos con la gente que no nos cree. Si a alguien se le ocurre que se enfade porque los demás no crean, que tenga cuidado, que vigile, porque a lo mejor es él quien está empezando a perder la fe, se le está disolviendo como un azucarillo en el agua. Si yo me enfado con alguien porque no cree, si soy intolerante, es que pienso que yo tengo fe por esfuerzo mío, que lo he logrado por un acto de mi voluntad. En ese momento me estoy equivocando totalmente, en ese momento estoy teniendo orgullo.
Los cristianos hemos de predicar, anunciar la Resurrección con palabras, con obras y con alegría, que es lo mejor para anunciar la Resurrección. Y hacerlo con una serena paz y esperanza. Predicamos la Resurrección y, luego, ¿qué ocurre? Entre que yo la predique y que la gente la crea, hay un intermedio; tiene que intervenir Cristo personalmente en su corazón. Ahí no me toca a mí, ni al sacerdote, ni al catequista, ni al cristiano, ni al padre de familia, ni al abuelo. Nosotros no podemos dar el don de la fe, eso es don directamente de Dios a las personas. No nos enfademos si no lo tienen aún. En cambio, si tenemos paciencia, les ayudaremos para que no se cierren a ese don de la fe cuando lo reciban.
Entonces algunos podréis preguntar: si Cristo a cada persona, para que crea, le tiene que tocar su mundo interior, su pozo interno, ¿para qué hay que anunciar, entonces, el Evangelio? Por una razón muy clara, el Evangelio mismo nos responde: “creerán lo que les había anunciado, lo que se les había dicho”. Para que venga el don de la fe ha tenido que preceder el anuncio; por eso los predicadores, todos los cristianos, al anunciar la Resurrección sabemos que estamos condenados al ridículo, que por nosotros mismos no nos creerán, pues la Resurrección es algo sorprendente. Nosotros tenemos fe, pero si creemos es por don de Dios, no por nuestro esfuerzo. Volvamos a la humildad de la fe, reconozcamos a Dios lo que es de Dios, la fe nos la dio Él; reconozcámoslo todos, no seamos orgullosos ni intolerantes con los demás, porque, en esos casos, es nuestra fe la que se está desorientando.
María, Madre de la Paz: que sepamos anunciar la fe pero produciendo paz, produciendo alegría. Hay un paraíso nuevo y sólo una cosa falta para vivirlo: que nos amemos. Si nos amamos los unos a los otros, este mundo es ya un trocito de cielo.
Por Juan Miguel González Feria
Voz: Ester Romero
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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