Basta leer cualquier periódico, escuchar cualquier telediario, para saber que la situación del mundo sigue siendo altamente preocupante: la explosiva deuda externa de los países cada vez más pobres y desesperados, el hambre y la sed de ingentes multitudes. Guerras que no acaban, y cruelísimas, que obligan incluso a los adolescentes a morir en las trincheras; revoluciones endémicas que no solucionan nada sino que empeoran todo. Un nuevo tipo de guerra se extiende por el mundo: el terrorismo. E inesperados atentados al orden público por doquier.

Parece que para tantos grandes males se requieren grandes remedios. Que las Potencias lleguen a acuerdos de desarmes atómicos. Que las viejas economías sean capaces de alumbrar un nuevo orden económico. Que el hombre, liberado de la servidumbre del trabajo físico, pueda al fin vivir más lúdicamente.

Pero ¿quién pondrá el cascabel al gato? ¿Quiénes serán capaces de descubrir y aplicar las grandes soluciones satisfactorias que se precisan para los terribles males que nos invaden como una trágica riada?

Aunque parezca paradójico, sólo se conseguirá la aplicación de esas posibles y grandes soluciones si van acompañadas del «toque» mágico –transformante  e iluminador– de un suave humor. El humor, que siempre añade realismo y humildad. Nada, o poco, o con gran dificultad, lograrán los políticos, los gobernantes, los economistas, los sociólogos, si no les abren caminos y allanan dificultades esos grandes humanistas que son los verdaderos humoristas llenos de sabiduría de la vida, de comprensión del corazón de los hombres, de sus grandiosidades y de sus pequeñeces. Que nos hagan alcanzar que cada uno, aunque sea un jefe de Estado, se sienta valientemente capaz, aunque a la vez con toda ternura, de, al menos, sonreírse de sí mismo.

Cuando los grandes directivos de las multinacionales, los gobiernos, los ejércitos, los partidos políticos, los sindicatos, y hasta los doctos Rectores de las Universidades sean sensibles a relativizarse y mirarse unos a otros con humor, los problemas de la Humanidad estarán más cerca de encontrar una bella y auténtica solución.

Por Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicada en:
Revista RE,  2ª etapa, Nº 9,  marzo de 1990.

 


 

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