Si se quieren obtener cosas a base de mandar, hay algunas que no se pueden lograr exigiendo obediencia. La amistad y el amor no es posible obligarlos. O surgen libremente o no son auténticos. Nadie puede decir a otra persona: ¡te mando que me ames!

Por eso todo aquél que disminuya, constriña, presione la libertad, él mismo impide que los demás le amen. Sólo aquél que respeta la libertad de los otros y les ayude incluso a potenciarla, podrá ser amado. La amistad y el amor son una delicada y bella flor que se marchita si no es libre.

¡Cuántos matrimonios, cuántos amigos que quieren mutuamente dominarse, ahogan aquel amor o aquella amistad primera!

Sin libertad no puede haber paz.

Sin paz no puede haber amor. sin paz a lo más puede desarrollarse una fuerza para imponer un amor posesivo que nunca será ni verdadero amor, ni correspondido, ni será causante de serena felicidad.

Sin alegría, que es o que riega el amor, éste, si ha surgido, se secará.

¡Oh, si supiéramos interpretar bien la palabra mandar! No en el sentido de orden y mando sino en un sentido más profundo de enviar.

Jesús quiere decirnos: os comunico como don este secreto altísimo que me dio mi Padre para que os los revele: que os améis como Él y yo nos amamos y yo os amo. Esta comunicación es un regalo que Jesús nos hace y es a la vez, una maravillosa misión. Él no puede caer en la contradicción de ordenarnos como ley que amemos, lo que sólo puede ser fruto de la auténtica libertad de cada uno: amar.

Por Alfredo Rubio de Castarlenas