Los animales que pueden cantar, ¡cantan! No hay ninguno que pudiéndolo hacer no lo haga algunas, muchas veces. Si pasa por algunos momentos de miedo, de sentirse perseguido, puede ser que calle no sólo por angustia sino incluso por defensa, para no delatarse. Pero eso son situaciones extraordinarias. En su ambiente, en su hábitat, encuentra muchos tiempos propicios para expandir su voz melodiosa, al menos, lo es para sus congéneres, y proclamar así su deseo de compañía, de amor o, simplemente, su gozo de existir o sus tristezas cotidianas.
Nada más el hombre, que ciertamente puede cantar y cantar maravillosamente, en general no canta. Es frecuente que muchos vivan largos años, se mueran de viejos y no hayan cantado nunca en toda su vida. Nadie les dijo que era bueno que lo hicieran. Nadie les enseñó; nadie les impelió a ello ni nadie se lo pidió.
Y este silencio musical priva al ser humano de una vertiente muy importante de auto-expresión y de espontánea creatividad y por ende de autorrealización.
Sí que casi todos oímos cantar: radio, televisión, discos, cassettes… Pero nos parece que esto es «cosa de otros», de quienes saben o de los que tienen el canto por ajetreada y difícil profesión.
Nos resultaría altamente ridículo expresar nuestros sentimientos y afectos hacia padres, hermanos, amigos, cónyuges o hijos, cantando. ¡Si incluso nos parece impropio y sentimentaloide hacerlo con caricias!
No estamos –ni la sociedad tampoco– preparados para hablar cantando, inventando melodías y tonalidades para subrayar y expresar aún mejor lo que queremos transmitir cuando sea oportuno para la profundidad o delicadeza de nuestros sentimientos.
Porque la gente no canta, seguro que hay más guerras.
Nos podrán decir que los soldados van al combate entonando canciones que les espolean a la lucha. Pero esto es quizás una prueba más de la fuerza del canto en el hombre, que doblega incluso su anhelo natural a la vida y a la alegría; pues, ¿quién quiere anticipada y trágica la propia muerte?
A estos soldados seguramente no les dicen que entonen otras cosas. Si en sus tiendas de campaña susurran canciones de amor o tonadas de su terruño, habrá que temer que desmayen en la lucha…
Si la gente cantara a los amigos, a los hijos… cultivarían mejor las entrañables relaciones humanas de afectos y ternuras y no se derramaría tanta sangre…
Las madres musitan nanas para que sus hijos duerman. ¡Ojalá todos cantáramos también, para que la gente viva más confiada y esperanzada! ¡Qué bien que a todos, desde pequeños, nos fuera consustancial el cantarnos! Nos amaríamos más los unos a los otros.
En los colegios hoy se enseña más que antes a formar parte de coros. Es un paso adelante. Pero aún no se rompe, con ello, este muro de temor que nos impide cantar uno solo, para decir a otro o a muchos lo que queremos expresar, creando nuestro canto al cantar.
Bienvenidos festivales como el de «Jóvenes que cantan», que no ensalzan el odio o la amargura. Lo hacen para invitar a toda la juventud –y quién sabe si a otros– a que canten la alegría de vivir, que es, precisamente, lo que permite se viva en amor y en plenitud.
¡Benditas las canciones limpias de procacidades que estimulan el gozo de vivir y nos dan paz y serenidad!
Por Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
El Adelanto de Salamanca
La voz de Mirobrida
Revista Vida
Revista de Badalona
Regió 7
Vida
Revista La Montaña de San José
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