Carlos es arquitecto, trabaja como docente en una universidad, ha tenido cargos importantes en su vida, es un hombre serio. Tiene dos hijos y es una persona entrañable. Una de sus características más propias es ser una persona alegre, sonríe jovialmente y su gesto corporal lo acompaña en un simpático ademán que lo hace liviano. Es un ser que, aunque a veces las cosas no le funcionen a la perfección en la vida, no pesa, ni se hace denso en la convivencia. De hecho, uno podría pensar de Carlos que todo le resulta fácil, aunque no es en absoluto así.
La alegría es un don, una gracia que, cuando disminuye, se resiente la vida y la salud. Si bien, estar triste o vivir un duelo es necesario y natural en algunos momentos, al ser humano, sin alegría, le falta energía y, sin energía, le falta alegría.
Pero los dones, si se tienen y no se trabajan, se atrofian; y, contrariamente, si no se tienen y se trabajan, se pueden adquirir. De la misma manera, la alegría es un don que se puede trabajar ¿Cómo?, posiblemente cada persona tiene que encontrar su fórmula. Puede servir el ejemplo de los músicos que al interpretar una obra, para que esta suene bien, deben sentirla y vivirla. También podemos interpretar en la convivencia buenas relaciones, conversaciones, saludos amables, sin falsear, cordialmente.
Si podemos aprender a ser humildes, podemos aprender a ser alegres. De hecho, es condición que así sea. En un camino en progresión hacia la humildad plena, primero descubrimos que podríamos no haber existido nunca, que en el Plan de Dios, aunque las cosas no sucedieron prolijamente, Dios nos ama infinitamente y descubrir el Amor nos hace agradecidos y alegres, tremendamente alegres. En la escalera de los grados de humildad, la alegría es un peldaño entre el agradecimiento y la decisión de amar.
Francisco de Asís vivió la “perfecta alegría” cuando fue rechazado por sus propios hermanos y se encontró en la calle, en una noche oscura y fría. Vivió la “perfecta alegría” de quien es tan pobre que no tiene la seguridad del amor de los más cercanos. La persona alegre no es que no tenga penas o dificultades, sino que consigue disponer de un tono para transitar con energía por la vida, escoger la alegría entre todas las apariencias posibles y separar la incertidumbre, el dolor, los problemas, de su relación con el mundo circundante. Quizá porque consigue prescindir de llamar la atención sobre su persona y sus posibles dificultades, quien es alegre es humilde. El caso de la “perfecta alegría” de Francisco es el caso de quien se instala en el don. Se puede entonces estar triste y ser alegre, así como ser feliz y estar triste. La alegría plena, profunda, que no depende de las mareas o los embates del tiempo es la sazón de la vida.
Así, la alegría, que en ocasiones se convierte en un don a veces envidiable, es un trabajo. Y las personas que lucen una convincente sonrisa en sus labios y contagian alegría, han optado por ello. Han tomado la decisión de vivir alegres, no exento el esfuerzo. La actitud alegre ahuyenta el miedo. La persona alegre no le teme a la vida, al contrario, sabe que cuesta. Vivir sin miedo es vivir alegre.
Por último, un apunte sobre João Tomé Chonze, un mozambiqueño que nació en 1925 y que alcanzó a vivir la esclavitud en pleno siglo XX. Terminó sus días enfermo de cáncer, invitando a quienes lo conocieron a vivir en “alegría tremenda”. Hasta el día de hoy su invitación es sentido de vida. Reposan sus restos en el ex monasterio de San Jerónimo de la Murtra, en Badalona, donde vivió sus últimos días.
Por Elisabet Juanola Soria
Voz: Javier Bustamante Enriquez
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
Lo encuentro genial, lola cabrera