Cuando la noche deja paso al día decimos que comienza a clarear. Y qué sucede en ese preciso momento: comenzamos a ver las cosas tal como son. Con sus colores, en sus dimensiones, en las relaciones que existen entre unas cosas y otras. Y no es que en la oscuridad dejen de existir o pierdan sus cualidades: no. Cuando está oscuro, simplemente no percibimos la realidad tal cual es. (Eso no quiere decir que en la oscuridad no podamos desarrollar otras capacidades para adaptarnos a ella).

La claridad también es condición de transparencia. El agua clara nos permite ver el fondo del río o del océano. Para lo cual, ayuda que el agua esté serena. En las personas también la serenidad nos ayuda a sentirnos claros, es decir, transparentes para hurgar en nuestro interior. Transparentes, también, para mostrarnos como somos y contemplar y comprender a los demás tal cual son.

Las personas, como el paisaje, como los sabores de la comida, como la temperatura, no somos unidimensionales, planos, sin matices. Las personas somos complejas: no somos ni claras ni oscuras. Vivimos y nos percibimos a nosotros mismos como atravesando bajo un bosque donde los árboles dejan pasar la luz solar. Así, hay momentos en que la luz nos da de lleno o quedamos en penumbra o bajo la sombra completa de un gran árbol. Nuestra vida es así: pasamos de los claros a los claroscuros, de los claroscuros a momentos de oscuridad, para abrirnos nuevamente paso a la claridad.

Gracias a la oscuridad existe la claridad, o podemos comprenderla y apreciarla mejor. Podríamos decir que una a la otra se contienen. Tal como pasa con la vida y la muerte: una a la otra se limitan, colindan. Gracias a la vida hay muerte, gracias a que unos mueren otros viven.

Un itinerario hacia la claridad implica atravesar zonas oscuras. La felicidad que tanto deseamos las personas no es plena ni tampoco constante todo el tiempo. Hay situaciones que se desencadenan en la vida o que nosotros mismos propiciamos que ocasionan infelicidad. Sin embargo, tendemos hacia la felicidad.

Cuando hemos conseguido ver con claridad, aunque sea por momentos, quienes somos, que somos seres limitados en el tiempo y el espacio, que vivimos en una bella interdependencia con lo que nos rodea, podemos atravesar las zonas oscuras con mayor esperanza.

Nos ayuda a ser “claros” en nuestro sentir, en nuestro mirar, en nuestro entender la realidad y amarla, en nuestro proceder, tomar una justa distancia de dicha realidad. La soledad y el silencio permiten a esa agua agitada que a veces es nuestro ser, sedimentarse hasta conseguir cierta claridad.

Por Javier Bustamante Enríquez