Probablemente una de las cosas que más nos aleja de Dios, sea la frivolidad. Sí, la frivolidad. Eso que quizás ni tomamos en cuenta porque pensamos que no tiene ninguna importancia, o porque simplemente no tenemos ni idea de lo que es ser frívolo y lo que eso implica en el plano humano y en el plano de la fe. Creemos que la frivolidad sólo se vive en el mundo del espectáculo o en ciertos ambientes y situaciones, pero va mucho más allá de eso. La frivolidad está más instalada en nosotros mismos y en nuestro mundo, de lo que podemos suponer.

¿Qué es ser frívolo? Ser frívolo es no tomar en cuenta la densidad, la intensidad y la importancia que tienen las cosas, las personas, las realidades de este mundo. Es pasar por encima de ellas, deslizarse superficialmente, rápidamente, sin ir a fondo. Es  quedarse en la capa más externa de toda realidad porque, de hecho, profundizar significa comprometerse y estar dispuesto a hacer cambios radicales en uno mismo y en las relaciones que establece.

No tomar el peso a las personas, a las cosas, a todo lo creado, a todo lo que existe, a toda realidad viviente es perder la vida. Y así como las personas frívolas dan una apariencia de alegría, es solamente eso, apariencia. Pues la alegría sana y auténtica no nace de la frivolidad sino de tomarse la vida en serio. “Lo más opuesto a la alegría verdadera, es la frivolidad”, decía el sacerdote Pedro Llaurens.

¿Qué hay que hacer para dejar de ser frívolo? Aprender a detenerse ante la real realidad de cada cosa, de cada ser. Detenerse, hacer una parada en nuestros vertiginosos trayectos y contemplar lo que se muestra ante nosotros. Detenerse y contemplar. Detenerse para saborear, captar, escuchar, observar, palpar, y dejarse penetrar por esa realidad que se despliega ante mí. Detenerse para vivenciar que lo más esencial de la vida nos ha sido dado. Detenerse para percibir que la existencia es algo más que dejarse llevar por la corriente.

En el fondo, la frivolidad es no tomar en cuenta al Creador y a su creación. Y, mientras la soberbia nos inunde y nos arrastre, seguiremos cerrados a la contemplación y disfrute de la belleza plasmada de modos tan diversos, únicos e irrepetibles y tampoco seremos sensibles ante el dolor que forma parte de la existencia humana. El frívolo no ve la belleza genuina pues está encandilado por los destellos de una falsa belleza y no vibra, ni se conmueve, ni siente compasión por el sufrimiento que azota al mundo pues sus sentidos sólo captan aquello que los hace sentirse más de lo que son.

Detenerse es el primer paso para que Alguien pueda darte la mano y mostrarte otro itinerario existencial en el cual la frivolidad no tiene cabida.

Por Lourdes Flavià
Murtra Santa María del Silencio