Sabemos que el ser humano, por esencia, es un ser social. Ya desde su engendramiento precisa de los otros para seguir viviendo; su necesidad de establecer vínculos con otras personas también es muestra de ello. Cada individuo desarrolla esta sociabilidad saliendo de sí mismo para comunicarse con los otros mediante códigos comunes. Aunque generalmente la comunicación la realizamos por medio de palabras, en ocasiones éstas quedan pobres para expresar toda la riqueza que llevamos dentro. En este caso, las palabras, la palabra es trascendida por esa riqueza vital que uno lleva en su interior y se convierte en un signo incapaz de transmitir lo que quiere expresar.
Para sortear este obstáculo, con frecuencia, se recurre a la poesía, y nos descubrimos como pequeños poetas desnudándonos ante los otros para mostrar sentimientos y vivencias a través de imágenes que desvelan ese misterio, esa vida inaprensible por la red de las palabras. Pero también podemos recurrir al silencio.
El silencio es un lenguaje universal que de hecho todo el mundo conoce y entiende, aunque no lo practique o en ocasiones incluso se olvide; se habla porque si uno calla parece que no tiene nada que decir… Silencio no es lo mismo que incomunicación, sino que, por el contrario, el silencio posee una tremenda carga comunicativa. Tras el silencio hay innumerables ideas, experiencias, sentimientos, etc.
Encontramos silencios que muestran la impotencia de poder hablar provocada por la actitud de personas que nos obligan de manera dictatorial y violenta a callar; este silencio nace de la falta de libertad y expresa miedo.
Otros expresan lo más sublime de la relación interpersonal. Es éste un silencio que manifiesta la compenetración plena entre personas, como podría ser la de un matrimonio de ancianos que se aman y conocen; la expresión verbal muestra su pobreza para expresar el profundo entendimiento de unión y amor que se tienen y profesan.
Por el contrario, existe un silencio que expresa rabia, furia y surge del odio, del desamor y la incomprensión entre las personas. Y aun otros que van mucho más allá de éste, y son, en ocasiones, consecuencia de él: un silencio que comunica el placer que tienen ciertos individuos en la contemplación del dolor ajeno; un silencio lleno de una crueldad inconfesable por medio de la palabra.
Claro que también podemos encontrar un silencio mucho más humano y respetuoso con la desgracia ajena; éste, ante la impotencia de la palabra a la hora de poder acompañar en el sufrimiento, opta por callar para poder mostrar de forma más elocuente la compasión que siente.
Como vemos, la lista de vivencias o sentimientos que se comunican a través de silencios es numerosa. Todos tienen en común la ausencia de palabras –incapaces de expresar la inconmensurabilidad de lo significado-, pero esencialmente son silencios diferentes, pluriformes, heterogéneos. Cada uno de ellos surge de una situación diversa y lleva una carga emocional tan rica e impactante que es capaz de interpelar al otro, de conmoverlo cuando éste es capaz de interpretar el significado del silencio de que es objeto.
Hemos de procurar recuperar esa capacidad silente –con la que todos nacemos- desde la cual aprender a escuchar los/el silencio y no perder esa faceta comunicativa que encuentra su máxima expresión en el amor interpersonal y compasivo.
Por Diego López-Luján
de la Universitas Albertiana
Santiago de los Caballeros
(República Dominicana)
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