¿Por qué hay tantas advocaciones marianas? Realmente hay muchas y, en ocasiones, esto ha generado confusiones cuando se habla de “Santa María de tal lugar…” o la “Virgen de tal acontecimiento…”. Al punto de crear la sensación de no ser la misma persona -María, la madre de Jesus- y a riesgo de quedarnos con la parte más iconográfica y no con el mensaje de fondo.
En el diccionario, la palabra “advocación” quiere decir: dedicación de un lugar religioso a un santo o a la Virgen María; o, también, el nombre con que se venera a la Virgen o a un santo. En todo caso, advocación proviene de “vocación”. Tener vocación hacia algo es dedicarse a eso hacia lo que se está llamado. Una advocación mariana es una dedicación concreta que se le adjudica a Santa María.
Podemos situar a María al costado de la Cruz, cuando su hijo le dice al discípulo Juan: “he ahí a tu madre” y a María: “he ahí a tu hijo”. En ese momento se inaugura la vocación maternal de María hacia la iglesia entera, encarnada en este caso en el discípulo.
En otra ocasión, Jesús responde: “mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad del Padre”. Y ahí vemos a María y a Juan al pie de la Cruz, haciendo lo único que podían en ese momento: acompañar, estar, esperar…
El grupo humano que después se convirtió en la iglesia primitiva, nació así como una familia, donde los lazos que les unían eran las relaciones de amistad y la filiación a un Padre común, y no tanto el parentesco consanguíneo.
Pues esta maternidad de María, extendida hacia la Iglesia de todos los tiempos y todas las latitudes, ha conseguido encarnarse en realidades muy diversas, bajo nombres y aspectos físicos muy variados, de acuerdo al carácter de las personas del lugar, su historia, su realidad sociocultural… Así, María puede mostrarse con un rostro estático en la icona rusa de Andrei Rublov o tener los rasgos indígenas de la etnia azteca en el siglo XVI, bajo la advocación de Santa María de Guadalupe.
María, esa joven nazarena que dijo sí al Padre, desde su libertad y llena de amor y gratitud, nos muestra la relación personal que cada uno de nosotros y nosotras podemos entablar con Dios. Relación que se torna fecunda y que se traduce en vivir el Cielo ya en la tierra.
Texto: Javier Bustamante
Voz: Ester Romero
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
Audio: Una sola María
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