Un hombre mayor había quedado viudo, había empezado a sufrir dolor en sus piernas y ya no podía desplazarse grandes distancias sol, aunque era autónomo, había bajado su nivel de actividad. Como dependía de los demás para cuidarse, prefirió pedir a sus hijos residir en una residencia. Así, convivía con otras personas de sus mismas características y ello le daba alegría. Les hablaba y hacía reír y todos salían ganando de la situación. Con frecuencia alababa a Dios, ello le daba mucha energía.

Una mujer joven había quedado sola con sus pequeños hijos, por suerte tenía trabajo y no les faltaba lo básico para vivir, por este motivo daba gracias. Tenía la suerte de tener buen carácter y no envidiaba nada a nadie, sonreía mucho a los niños y se ocupaba de que en su casa hubiera lectura y música, a pesar que su esposo y papá de los niños no estuviera, eran felices. Logró tener serenidad y armonía en la casa. Con frecuencia alababan a Dios y mostraba a sus hijos que la belleza, la verdad y el amor estaban de la mano del creador.

Un hombre con muchas responsabilidades tenía muy poco tiempo para él y su familia. Siempre exigido por los compromisos de trabajo, a veces tenía que alargar las horas fuera de la casa para cumplirlos. La toma de decisiones laborales no eran fáciles y le producían dolor de cabeza y angustia, no lo resolvía solo, a menudo pedía ayuda a especialistas para mediar y resolver los conflictos. Hacía un tiempo que no tenía muy buen ánimo y se sentía muy cansado, cuando un día, antes de dejar la oficina se sentó y se quedó mirando la ventana. Empezaba a ocultarse el sol, como era un hombre listo, se dio cuenta que empezaba el crepúsculo y decidió acomodarse y contemplarlo, cosa que nunca se permitía por las prisas. Colores preciosos se combinaban ante él sin ningún criterio de forma, ni color y en cambio, resultaban insuperables en belleza. Eran cambiantes e indescriptibles. Sacó un par de fotos que, a pesar de no ser nunca como el original le recordarían la experiencia, y, de repente, sin esperarlo empezó a emocionarse. Las lágrimas le brotaban de los ojos y se sentía feliz. Los problemas de aquel día no parecían importantes, o por lo menos, estaban en otro plano y se dio cuenta que aquello era parte de lo que le faltaba todos los días. Después de remojarse la cara, se fue a su casa a pie, y llegó todavía temprano para estar relajado con la familia. Aquella noche dio gracias, pero también descubrió que si daba gracias, era porque antes había alabado a Dios.

Alabar es parte de la contemplación. La alabanza brota, deviene. Resultado de la sorpresa de una belleza insospechada, de una autenticidad o un amor que nos supera, quedamos atónitos y alabamos, nos arrodillamos, hacemos una reverencia. Y esta conexión que nos sobrepasa hace que nos sintamos vivos y se lubriquen las ganas de vivir y ser felices. Alabar a Dios es el misterio inexplicable que da sentido a todo.

Texto: Elisabet Juanola Soria
Voz: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

 

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Audio: Alabar a Dios