El deseo de orar toma muchas y diversas formas a la hora de concretarse. Porque la oración es una expresión privilegiada de la relación con Dios. Así que, como toda relación interpersonal, se concreta según el talante, las circunstancias, el momento, el motivo… La oración pasa a menudo por la palabra, pero necesariamente pasa también por el silencio. Pasa por el decir como pasa por la escucha. Pasa por la quietud como pasa por el gesto o, incluso, la acción. Pasa por la soledad como pasa por la comunidad. Pasa por la presencia como también pasa, incomprensiblemente, por la ausencia, que es una forma de comunicar alguna cosa al otro.

A veces, en momentos en que nos sentimos abrumados por algo, y eso nos lleva al deseo de poder reposar lo que nos preocupa, queremos poderlo poner en manos de Dios. A veces lo hacemos confiando en la intercesión de algún santo, de la Madre de Dios -¡cómo no!-. o, simplemente, de alguien que ya está en el cielo y que confiamos será un buen velador de eso que a nosotros nos sobrepasa.

En otras ocasiones, no llega a ser nada que vivamos con preocupación ni, menos aún, angustia. Simplemente hay algún tema en concreto o alguna vivencia interior de cierta densidad. Alguna cosa que hace que nos remitamos a Dios sabiendo que sólo en Él enontraremos el lugar donde encaje, donde tome sentido, donde se ilumine, donde se despliegue… Cuando eso pasa, sabemos que sólo podemos postrarnos, hacer ofrenda, ponerlo todo bajo su mirada con confianza abandonada…

Tanto en un caso como en el otro, a veces se tiene la sensación de no disponer de las palabras, los gestos o la presencia adecuada o suficiente. Uno se sabe un ser orante, pero siente una especie de necesidad de amparo, de entorno no sólo acompañante, sino más bien posibilitador. Y eso se traduce en la búsqueda de un espacio comunitario al cual sumarse, como aquel que busca cobijo. Nos ponemos bajo el amparo de la oración comunitaria de algún monasterio, de algún convento, o simplemente de un grupo que ofrece una oración compartida abierta a la participación de quien quiera añadirse.

Diría más, hasta cuando no podemos acercarnos físicamente, lo hacemos interiormente. En nuestro deseo de orar, nos colocamos interiormente en la vivencia que hemos tenido en algunos momentos de orar a través de aquella plegaria comunitaria. Son las palabras, los gestos y hasta quizás la fe que nosotros en aquel momento no tenemos. Y, aún así, se convierte en un gran acto de fe.

Sí, quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija…

Texto: Natàlia Plá

Voz: Javier Bustamante

Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales

Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

Audio: Quien a buen árbol se arrima…