De la Virgen María se conocen muchas advocaciones y formas diversas de expresión e imaginería. A mí siempre me han conmovido de un modo especial las representaciones de La Piedad, la Virgen María con Cristo muerto en su regazo. La más conocida y seguramente inigualable por su belleza, armonía de formas y trabajo escultórico, es la de Miguel Ángel, quien escogió personalmente de las canteras de los Alpes Apuanos de la Toscana el bloque de mármol con el que iba a trabajar. Giorgio Vasari, arquitecto, pintor y escritor italiano del siglo XVI, dice de ella: “es una obra a la que ningún artífice excelente podrá añadir nada en dibujo, ni en gracia, ni, por mucho que se fatiguen, ni en fortaleza, en poder de finura, tersura y cincelado del mármol”.

El término “piedad” tiene varias acepciones: 1. Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión. 2. Amor entrañable que consagramos a los padres y a objetos venerandos. 3. Lástima, misericordia, conmiseración. 4. Representación en pintura o escultura del dolor de la Virgen María al sostener el cadáver de Jesucristo descendido de la cruz.

La piedad está relacionada con el sentimiento de compasión hacia los demás, ponerse en el lugar del otro, compadecerse del sufrimiento del prójimo. Es uno de los dones del Espíritu Santo, cuyos frutos son la bondad y la benignidad. Sin embargo, el término piedad ha ido perdiendo ese sentido y se le relaciona más con el ser personas piadosas o devotas, con lo cual se encierra a la piedad en las iglesias y sacristías, cuando, en su sentido más amplio, engloba una manera de ser y de relacionarse con nuestros semejantes y con todo lo creado.

Contemplando la Piedad de Miguel Ángel, viendo a Jesús muerto apoyado sobre las rodillas de María, su madre, no puedo dejar de preguntarme qué sentiría ella en ese momento, qué dolor tan grande la embargaría viendo a su hijo deshecho en jirones de carne ensangrentada.

Cada día  o muy a menudo, vemos pasar por nuestra vida a personas que sufren indeciblemente, pero parece que nuestros corazones en vez de ablandarse, se endurecen cada vez más, no sea que en un arranque de bondad, nos sintamos comprometidos a socorrer al que lo necesita. Tenemos que derribar en nosotros esos muros que nos separan de los demás, viendo su sufrimiento como algo que también nos atañe a cada uno y que no nos puede dejar indiferentes. Ser capaces de acoger en nuestra vida el dolor como algo que existe, que es real, que forma parte de nuestra contingencia. No podemos darle la espalda. En la reciente visita del papa Francisco al Instituto Seráfico de Asís donde se encontró con niños afectados por graves discapacidades hospedados y alojados en dicho centro, el papa dejó de lado el discurso programado y exhortó a «escuchar las llagas del mundo» y a ir al encuentro de «los sufrimientos de los más necesitados, de los más humillados, los más indefensos».

Es lo que también encontramos en la primera carta de Juan (1 Juan 3:17) : «Si alguien vive en la abundancia y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en el amor de Dios? Hijitos míos no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad.”

¡Que María Santísima nos ayude a vivir la piedad acogiendo en nuestro regazo el dolor del mundo!

Texto:  Lourdes Flaviá Forcada

Voz: Ester Romero

Música:  Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales

Producción:  Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

Audio: La Piedad