Ha llovido. En pocos minutos ha llovido mucho. Antes de caer las primeras gotas había un estado como de espera, de incertidumbre, de tensión que se respiraba en el ambiente. Luego el agua se ha manifestado con diferentes ritmos. Ha habido un momento en que el agua ocupaba los cinco sentidos, haciendo habitable el momento presente. Sólo existía el presente. Luego la tempestad fue amainando de tal manera que a lo lejos comenzaban a filtrarse unos rayos de sol. Hasta que, finalmente, el azul del cielo y una luminosidad tremenda predominaron en el ambiente. El canto de un pájaro sacudió una rama como epílogo de la copiosa lluvia.

¡Cuántos temporales atraviesa la vida de una persona! No importa la edad, ni que creamos que hemos alcanzado una cierta madurez. La realidad no es plana, está llena de volúmenes, matices, honduras y relieves, cambios de temperatura y de luminosidad. Y, dentro de esta alternancia, hay ciclos. Fenómenos que se van repitiendo con una cierta frecuencia y nos informan de que el tiempo transcurre. En cualquer momento estamos expuestos a un cambio de clima, incluso a un huracán.

En nuestro itinerario por la existencia, las personas experimentamos momentos de temporal, de exposición a aquello que no controlamos, de comprobación de nuestros límites. Sentimos cómo se avecinan estados de tensión, luego cómo arrecia aquello que nos sobrepasa, y no queda más que aguantar el embate… hasta que, de pronto, comienza a ceder el temporal y una calma sobreviene. Aunque empapados, nos sentimos aliviados, misteriosamente liberados de una presión que provenía de dentro y de fuera.

Durante todo el chubasco la sensación que prevalecía era de que sólo existía el chubasco. Nosotros y el chubasco. Todo estaba sucediendo en presente. Llueve. No para de llover. Está lloviendo.

Cuando nos embaten circunstancias adversas, el mejor maestro para entenderlas y atenderlas es el presente. Somos seres de presente. Entonces toca respirar, acallar, mirar, contemplar, acoger, sentir y asentir, lo cual nos lleva a comprender el momento que estamos cruzando. Y de todo esto nos habla el presente. En él está contenida la información de porqué estamos como estamos y conviene aprender a esperar, saboreando pacientemente las circunstancias, hasta que llegue la calma.

Recuerdo un proceso de enfermedad que me llevó a estar un mes en cama, postrado sin poder hacer nada. Sólo estar. No tenía fuerzas ni para leer. Así que lo único que podía hacer era contemplarme, aprender de mí, reconocer qué era lo que me había llevado a tal estado. Cada día era eterno, los síntomas no cedían. Por momentos mejoraba y por momentos empeoraba. El futuro era totalmente una incógnita. El diálogo conmigo mismo y la paciencia me llevaron a una reconciliación con la vida, pero que sólo era efectiva trabajando el presente. Un buen día, a un momento de mejoría le sucedió otro igual y poco a poco fui saliendo del estado de postración.

Hay un antes y un después cuando se cruza el temporal por nuestras vidas. Algo cambia. Aprendemos. El encuentro con uno mismo en el presente te ayuda a ser un poco más humilde. A descentrarte y a saber que eres parte de la vida, no que la vida es parte de ti. Y este saber también te ayuda a prever que, como ser contingente, vendrán más temporales y en cada uno hay que seguir creciendo.

Audio: Creciendo en el temporal

Texto: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza