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A veces Dios habla desde una realidad inhóspita o desde una circunstancia adversa, tan áspera, tan incómoda, como una zarza incandescente. Fue allí donde Dios se reveló a Moisés y le dio una misión. Dios se le reveló como el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Nos podríamos preguntar, ¿por qué repite tanto la palabra “Dios”, lo podría decir todo de una vez: Dios de tu padre, de Abraham, de Isaac y de Jacob? Porque Dios es el mismo, pero no es igual la relación que tiene con tu padre, que con Abraham, que con Isaac y que con Jacob (M.A.Ouaknin).

No es la misma relación la que tiene el Señor, el “Quien es”, con Joaquín, con Teresa, con Montse, con Rosa, con Francisco, con cada una y cada uno de nosotros. Y este es el principio trascendente de la libertad religiosa. Depende, pues, de la relación que tengamos con Dios el que actuemos de una manera u otra.

Y Moisés se descalza, porque aquella tierra es sagrada. Sí, hace falta descalzarse para poder entrar en el terreno de aquel Dios que “es quien Es”. También hemos de entrar descalzos, respetuosos, pacientes, en el espacio del otro.

En tiempo de Jesús había una convicción muy arraigada: las desgracias personales son un castigo divino. Quizás aún hoy muchos piensan así, quizás nosotros también pensamos así o hemos pensado así, aunque sea inconscientemente. Esta lógica desgracia-castigo, proviene de una imagen deformada de Dios. Pero Jesús llamaba a todos a la conversión. A no creer más en un Dios de venganza, sino de misericordia y de perdón. Entonces, cada noticia, cada acontecimiento, por áspero y espinoso que sea, como la zarza incandescente, es una ocasión para reflexionar y para ver si nuestra vida se ajusta a la voluntad de este Dios que nos ha llamado y nos ha enviado en misión. Si no se ajusta ahora, quizás es la hora favorable de la conversión.

Que el odio deje paso al amor, que la venganza deje paso al perdón.

Texto: Jaume Aymar


 

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