Un pastel, por más delicioso que sea, difícilmente me lo puedo comer yo solo, de una vez. Y si lo hago, probablemente me hará daño. Mi estómago es limitado. Incluso, aunque lo que coma sea muy nutritivo y me apetezca mucho, no puedo abusar de ello sin perjudicarme. Con la libertad sucede algo similar. Mi persona, mi experiencia de vida, mis conocimientos, mi capacidad de reacción y de interacción con el medio, son limitados. Por tanto, mi capacidad de ser libre también es limitada.
Pero, que mi capacidad de ser libre sea limitada, no quiere decir que sea estática o que esté atrofiada. Al contrario, ser libre implica crecimiento, discernimiento, experiencia, en ocasiones error y acierto. Implica, también, un gran ejercicio de autoconocimiento, autoestima, aceptación de las circunstancias que me han tocado vivir. Si yo cultivo la capacidad de ser libre, esta va creciendo conmigo conforme voy avanzando en la existencia.
La Libertad, con mayúscula, no es mi libertad, la que yo encarno y soy capaz de experimentar. Hay un abismo entre esa “Libertad idealizada” y la libertad que puedo alcanzar a vivir a lo largo de mis años. Cuando igualamos ambas “libertades”, sufrimos, ya que nunca seremos lo libres que imaginamos que tendríamos que ser. En otras palabras, hay que liberar la “Libertad”, sacarla de la prisión de los idealismos, para que pueda circular libremente por nuestra vida. Hemos de explorar y conocer nuestras capacidades, la realidad que nos envuelve y, a partir de esta sabiduría, hacer crecer nuestra libertad.
En este sentido, una gran liberadora de la Libertad fue María, la madre de Jesús. Ella, encarnó la libertad cuando dijo Sí al plan de salvación que le proponía Dios y que le cambiaba por completo la vida. Y, seguramente, en esta actitud libre educó a Jesús.
La libertad, aunque se experimenta en primera persona, no es individual solamente, es compartida. Aquel concepto de que “mi libertad termina donde empieza la tuya”, debe dar paso a que, “en la medida en que yo soy libre, tú también lo eres”, y viceversa. Es la manera en que libertad, equidad, justicia… y otras realidades que elevamos a la categoría de conceptos, se vuelvan experiencias de vida.
La libertad, más que una meta, es un camino. O, mejor dicho, una manera de andar. No se trata de llegar a ser libre y ya está, sino de asumir con libertad la vida, tal y como se me presenta. Yo soy la medida de mi libertad.
Por Javier Bustamante
Voz: Claudia Soberón
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
Deja tu comentario