El Espíritu Santo, motor de nuestra actuación

A veces los cristianos pensamos que nuestra misión es cambiar el mundo. Con la mejor de las intenciones, pretendemos nadar entre las turbulentas aguas del mal, de la ambición, del poder, creyendo, ingenuamente, que con nuestras fuerzas y deseos de bien transformaremos y mejoraremos el mundo y convertiremos el caos en armonía.