Se sorprende uno cuando cae en la cuenta de que los defectos son útiles. Sí; los defectos nos conforman; nuestras características acusadas se convierten en el perfil por el cual los demás nos conocen, nos recuerdan y hasta, en muchos casos, nos aman.
Oí decir a un amigo bombero –los de esta profesión han de tener con rapidez ideas acertadas– que no se puede construir un muro a base de piedras de río, pues sus redondeces y el pulimento de su superficie las hacen resbalar unas sobre otras y caen; sino que debe construirse con piedras de aristas vivas y superficies rugosas, las cuales les permiten trabarse entre sí y crecer el muro con solidez.
¿En serie?
El término «defectos» es relativo. Si nos presentásemos a ser astronautas, la mayoría de nosotros tendríamos innumerables «defectos» anatómicos y psíquicos que no son tales en otros quehaceres o actividades de la vida. Mucho depende del referente con el que se compare.
Hoy día estamos inmersos en gran manera en la producción de tipo industrial, en la cual los objetos se fabrican todos iguales, incluso bajo control de calidad, y se rechazan aquellos que tienen «defectos» y, luego se desechan o se reciclan. La comercialización en gran escala también nos incide en el mismo sentido: los repuestos de aparatos, las frutas en los mercados internacionales, por ejemplo, han de cumplir unos cánones, unos baremos standard que a muchos han llevado a pensar que con las personas debe de hacerse igual. Sin embargo, ¿quién no ha comido naranjas o peras del árbol de unos amigos, gustosísimas pero que, sin embargo, por algún defecto debido a una helada o a su menor tamaño serían rechazadas en los mercados?
Muy sutil
Es conocido el aserto: «los defectos son virtudes que se han vuelto locas». La línea divisoria entre el defecto y la particularidad es muy sutil, y difícil de advertir en muchas ocasiones. Mi experiencia me ha llevado a pensar que, los conjuntos de personas no nos parecemos a una manada de animales del mismo género, caballos, vacunos, rebaño de ovejas o bandada de pájaros. A mi ver, los individuos de un conjunto humano somos tan diversos como las diversas unidades de un parque zoológico: desde una hormiga a un ave, desde un tigre a una serpiente o un pez.
Hay que buscar actividades adecuadas a aquellos rasgos personales cercanos a lo patológico y que, sin embargo, bien situados pueden ser productivos y hasta gratificantes para dicha persona y para los demás. Por ejemplo, una persona muy meticulosa y guardadora, que se especialice en archivística o se haga bibliotecario o encargado de almacén; alguien de actividad lenta pero observador puede ejercer de vigilante, guardián, portero o actividades similares; personas físicamente muy activas, que ejerzan profesiones deportivas o vendedores por las casas, etc. A veces, hay personas que sólo son aptas para una sola cosa o para pocas, pero no he conocido aún a nadie que no sirva para nada. Tampoco, a nadie incapacitado en absoluto de tener algún amigo, de ser amado por alguien.
Es un consuelo.
Por Juan Miguel González-Feria
Publicado en:
Revista RE, Época 5, Nº 52 en marzo 2002
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