El Rosario es una gran oración meditativa y popular que tiene su origen en un monje contemplativo cartujano. Alano de Rupe fue el primero en atribuir el origen del Rosario a Santo Domingo, el fundador de la Orden de Predicadores, pero hay la tesis de que la visión que tuvo Alano y en la que pudo leer “D. DOMINICUS”, se refería al cartujo “Dom Dominicus”(de Treveris), en lugar de “Divus Dominicus” (Santo Domingo).

Sea como fuere, no hay duda de que el rosario, oración repetitiva por excelencia, favorece en muchos la contemplación. Precisamente, una de las maneras de rezarlo incluye la expresión: “los misterios que hemos de contemplar en el día de hoy”. Estos misterio se reparten durante los días de la semana. Son los lunes y sábados los de gozo; los martes y viernes los de dolor; los miércoles y domingos los de gloria, y los jueves los de luz.

La Iglesia pone ante nuestros ojos los grandes hechos de la vida de Jesús y de María para que los contemplemos con fe. Pero, ¿qué ocurriría si contemplásemos los misterios del Rosario transversalmente? Es decir, si hilvanásemos todos los primeros, todos los segundos, etc., quizás obtendríamos una nueva perspectiva.

Veamos: el primero de gozo es la Encarnación; el de luz, el Bautismo; el de dolor, la oración en el huerto, y el de gloria, la resurrección del Señor. ¿Hay algún elemento que los una? Leamos de modo transversal estos primeros misterios. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…”: a través del sí de María, Dios se encarnó. El Jordán es la gran teofanía, en el momento del bautismo el cielo se abrió y se oyó la voz del Padre: “Este es mi hijo amado”. En Getsemaní, Cristo vivió la filiación divina de un modo singular y dramático cuando pidió al Padre: “Hágase tu voluntad y no la mía”. Finalmente, la resurrección es la gran respuesta de Dios Padre: tras el silencio de la cruz, resucita de entre los muertos a su Hijo amado. Vemos pues que, como un hilo de oro, un mismo sentido teológico enlaza los primeros misterios. Con diversos acentos, estamos contemplando que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre.

Vamos por los segundos: la Visitación (gozo), las bodas de Caná (luz), la flagelación (dolor), la Ascensión (gloria). La visitación de María a su prima Isabel, después del anuncio del Ángel, fue motivada por el servicio: la Virgen sabía que Isabel, de edad avanzada, estaba encinta y fue a ayudarla gratuitamente. También las bodas de Caná, con la transformación del agua en vino, fue un gran acto de servicio, un gesto de gratuidad, de Jesús, por la intermediación de María, a favor de aquellos novios. ¿Qué relación con todo ello tiene la flagelación del Señor en la columna?  Así como en Caná nos regaló el vino nuevo de la caridad, en cada azote el Señor derramó su sangre por la remisión de los pecados.  Y la Ascensión es la visita que Jesús hace al Padre, tras anunciar a los discípulos que les haría el mayor regalo: el Espíritu Santo. La gratuidad, pues, es el hilo conductor de estos segundos misterios.

Por Jaume Aymar Ragolta