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Fotografía: Lourdes Flaviá Forcada

Cada 8 de septiembre se celebra en el poblado altiplánico de Ayquina (II Región de Chile), la fiesta de Nuestra Señora Guadalupe de Ayquina. La celebración convoca a miles de personas que llegan a venerar la imagen de esta advocación mariana.

Cuenta la tradición que Casimiro Saire, un humilde pastorcito de ganado lanar, del ayllu de Turi, llegaba a su casa contando que, en la quebrada, siempre jugaba con el niñito de una bella señora que vivía entre unas grandes matas de cortaderas o colas de zorro. Sus padres terminaron por seguirle para constatar la falsedad de sus historias. Asombrados, vieron desde la distancia, cómo en realidad su hijo jugaba con el niñito de una bella señora.

Cuando su padre se acercó vio a su hijo solo. Se extrañó mucho y preguntó a su hijo quién era el niño con quien estaba jugando, pero éste le respondió que no sabía. El hombre se acercó al árbol de donde lo había visto salir y encontró escondida una imagen de la Virgen con el niño. La gente de Turi reconoció que era la misma imagen de la Virgen de su iglesia que se había perdido hace mucho tiempo.

Un sacerdote quiso llevar la imagen a la vieja capilla de Turi y, por tres veces, la imagen volvía a su lugar, en la quebrada, entre las matas de cortaderas. En ese mismo sitio se levantó una capilla. Con el tiempo y la masiva afluencia de peregrinos, la capilla se fue destruyendo y finalmente se construyó una más amplia que es la que subsiste hasta hoy.

Muchos de los peregrinos llegan caminando desde la ciudad de Calama, a 80 kms. de distancia, cruzando esta parte del desierto de Atacama bajo un sol implacable o, durante la noche, bajo un firmamento alfombrado de estrellas. Otros llegan formando parte de los denominados “bail

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Fotografía: Lourdes Flaviá Forcada

es religiosos andinos” o “bailes promesantes”. Sus integrantes oran, danzando, dedicando su baile a la Virgen o “Chinita”, como se la llama cariñosamente. Estos bailes involucran un ritual, un homenaje, una promesa de los creyentes. Acompañados por la música autóctona de las quenas, los sicus, el bombo,  el tamboril, el charango…

Estas danzas rituales empezaron a formar parte de las ceremonias litúrgicas católicas en la época colonial, en los poblados de los Andes. Rezaban las oraciones enseñadas por los sacerdotes, pero “rezaban” también sus propias oraciones tradicionales a través de su danza, de su música. El sacerdote les hablaba de la “luz de la fe”; ellos entendían la luz como algo que sólo podía provenir del Sol, su Dios. Y amalgamaban en una sola deidad a Jesucristo y al sol; és te último iluminaba la materia y el primero sus almas. Por eso, la danza ritual empezó a ser parte de las procesiones en los albores del cristianismo en los pueblos andinos.

Por Advocaciones marianas