Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús si les era lícito pagar o no tributo a César, posiblemente no esperaban tan sagaz respuesta: «lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios». Tampoco entenderían, en toda su hondura, lo que ésta implicaba. Hoy día parece que tengamos muy clara la primera parte del enunciado pero hemos olvidado la segunda.
Pagamos los impuestos, hacemos la concerniente declaración de renta, nos ocupamos de tener al día los pagos de los servicios públicos, le damos al Estado lo que le corresponde… Nos conviene estar al día en nuestros deberes tributarios. Además, sabemos que si no lo realizamos en su debido momento, más tarde tendremos que cargar con las consecuencias de la demora: la multa, la suspensión del servicio de luz o de agua, embargo de bienes, etc.
Pero hay Alguien al cual también le corresponde algo. Nuestro compromiso tributario con Él no se define por cifras sino por algo que es mucho más difícil de cuantificar. Sólo nos pide una cosa: que le amemos.
¿Nos hemos preguntado en algún momento si damos a Dios lo que es de Dios?
Él nos ha regalado, el mayor bien, el don de la existencia. De la nada, del no-ser, nos ha llamado a la vida en la infinitud del espacio sideral. Y por esa inigualable sensación que percibimos cada nuevo amanecer. ¿Le damos gracias? ¿Le alabamos y bendecimos? San Juan nos dice: «Amad a Dios porque él os amó antes».
En el fondo pensamos que si no le entregamos a Dios lo que en verdad es de Él, no va a pasar nada. No será Él quien corte el suministro eléctrico de su Amor. Nos seguirá amando igual. El tendido eléctrico, la conducción de aguas que Él ha implementado, seguirá estando. Sólo depende de cada uno de nosotros que queramos darle al interruptor de la luz o abrir el grifo del agua. Su respeto hacia nuestra libertad no tiene medida.
Quizás por eso, porque sabemos que Él está siempre disponible, nos damos el engañoso lujo de dejarlo esperando. Además, no habrá castigo. Él es misericordioso, no un Estado fiscalizador. Es más Padre que juez. Él es libertad creadora.
¡Qué necios somos! Ya que desentendiéndonos de Dios, somos nosotros mismos quienes nos castigamos. Nos privamos de la mejor parte. Poniendo libremente y por amor nuestra vida, nuestra libertad, en sus manos, seremos co-partícipes con Él en la construcción del Reino. No olvidemos que amar a Dios supone, también, anunciarlo y amar, en Él a los hermanos.
Por Lourdes Flaviá
(Chiu Chiu, Chile)
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