Un beato de nuestro tiempo, Manuel Domingo y Sol, escribió: «no estamos destinados a salvarnos solos». En esta línea, es hermoso descubrir que la santidad no es sólo algo individual sino que, históricamente, un santo aparece casi siempre rodeado de otros santos.
La santidad de Clara de Asís va íntimamente unida a la de Francisco con quien se encontró varias veces de adolescentes y a quien admiró y siguió toda la vida, realizando plenamente el ideal franciscano, consagrada a Cristo. Pero no hay que olvidar que Clara, a su vez, fue seguida pronto por su hermana Inés que fue abadesa en Monticelli (Florencia) y a quien después la Iglesia elevó también a los altares. Ambas abrazaron una pobreza radical, obteniendo el privilegio del papa de no poseer nada. Clara, Inés, la prima de ambas, Felipa, fueron de aquellas pobres mujeres que se santificaron a la sombra de San Damián. Por otra parte es conocida la correspondencia que Clara de Asís sostuvo con Santa Inés de Bohemia (*). Contemporáneamente, en Padua, san Antonio y la beata Elena Ensélmini convergieron como Francisco y Clara. Y en Rieti otra hermana pobrecilla, Felipa Mareri, murió en 1236, siendo beatificada en 1254.
Es bueno encomendarnos a esas familias de santos, grupos humanos unidos por vínculos de sangre o de amistad. Ellos nos recuerdan que nuestra vocación a la santidad es también comunitaria.
Por Jaume Aymar
(Barcelona)
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