Por María de Jesús Chávez-Camacho

María de Jesús Chávez-Camacho, teóloga mexicana, se lanza a escribir sobre las primeras mujeres evangelizadoras en México. ¿Por qué interesarse en ellas? En primer lugar porque la autora sabe que, si ella hoy tiene el don de la fe, es gracias a estas personas, hombres y mujeres, que transmitieron la Buena Nueva hace más de 500 años. También sabe que no puede cambiar la Historia y que ha nacido gracias a esta Historia concreta. No se deja llevar por una leyenda rosa o negra, sino por un rigor de reflejar los datos históricos con un máximo de objetividad.

Su obra es un homenaje a las  mujeres del Evangelio que anunciaron la resurrección de Cristo, a las mujeres de México, y a todas sus hermanas en la fe.

Introducción

Me parece que no es fácil tratar el tema de la Evangelización. Hoy en día hay mucha alergia incluso a la palabra «Evangelización». ¿En nombre de qué voy a comunicar el Evangelio a las personas que no lo conocen? ¿No es un imperialismo cultural o un proselitismo? ¿Por qué no respetar cada cultura con sus creencias? Hablar de la Evangelización de América es todavía mas difícil… ¡Cuánta gente está convencida de que los evangelizadores de América fueron cómplices de una conquista violenta y destructora de culturas indígenas valiosas!

Sin embargo, María de Jesús Chávez-Camacho se lanza a escribir sobre las primeras mujeres evangelizadoras en México. ¿Por qué interesarse en ellas? En primer lugar porque la autora es profundamente creyente y sabe que, si ella hoy tiene el don de la fe, es gracias a estas personas, hombres y mujeres, que transmitieron la Buena Nueva hace más de 500 años. También es una mujer humilde: sabe que no puede cambiar la Historia y que ha nacido gracias a esta Historia concreta. No se deja llevar por una leyenda rosa o negra, sino por un rigor de reflejar los datos históricos con un máximo de objetividad.

Pero conociendo a la autora, yo diría que sobre todo ha escrito este libro por su sentido de justicia. Justicia hacia las personas y en especial hacia la mujer… ¿Cómo olvidar que estas mujeres dejaron todo y que atravesaron el océano con peligro de su vida? ¿Cómo olvidar que ellas fueron de alguna manera fundadoras con Cristo de la Iglesia en México? ¿Cómo olvidar que ellas son las antepasados de las mujeres mexicanas de hoy, mujeres cristianas que, con su fe intrépida mueven montañas en México y en el mundo?

Es el caso de María de Jesús Chávez-Camacho. A la edad de 21 años dejó todo para seguir a Cristo. Viajó a otro continente para quedarse viviendo con personas de otras culturas y anunciar la Palabra de Dios. Comparte su fe en estas tierras europeas, tan necesitadas de una Nueva Evangelización. Su obra es un homenaje a los primeras mujeres que anunciaron la resurrección de Cristo a las mujeres de México y a todas sus hermanas en la fe. Y sus breves comentarios son flechas que nos indican cómo continuar para anunciar la Buena Nueva hoy.

Por Pauline Lodder
Agente de Pastoral de la Iglesia Católica Romana en Ginebra

I. Preámbulo

La mujer y el hombre evangelizaron y siguen evangelizando, no sólo con la palabra sino con su vida, cuando se abren día a día al Espíritu de Dios.

En América, muchas mujeres fueron reflejo vivo del Dios, que en Jesús, revela la ternura por cada ser humano. Unas, como maestras, anunciando la nueva fe y compartiendo su saber, con la convicción de que la formación era importante también para la mujer y defendiendo la dignidad de ésta. Otras, como monjas y maestras, dando testimonio desde sus conventos. De estas mujeres, muchas atravesaron el océano, con peligro de sus vidas, acogiendo el llamado de participar en la evangelización de la Nueva España. Otras, recibiendo el ejemplo de aquéllas que llegaron de lejanas tierras, decidieron darse a Cristo con corazón indiviso.

Sí, desde que María Magdalena, corrió a dar la Buena Nueva de la resurrección de Cristo a los apóstoles, muchas mujeres hasta hoy, han deseado compartir la perla preciosa del evangelio de Cristo, dejando de lado las otras perlas, eligiendo la mejor parte, la que lleva de la muerte a la Vida.

II. Los comienzos de la evangelización en México

Los primeros misioneros. Llegada de las primeras órdenes religiosas masculinas

Entre los primeros misioneros que llegaron a México en las expediciones de Hernán Cortés, dos de ellos eran franciscanos. “Durante la entrada en México, acompañaron a las tropas el mercedario Bartolomé de Olmedo, capellán de Cortés, el clérigo Juan Díaz, que fue cronista, después otro mercedario, Juan de las Varillas, y dos franciscanos, fray Pedro Melgarejo y fray Diego Altamirano, primo de Cortés. Todos ellos fueron capellanes castrenses, al servicio pastoral de los soldados, de modo que el primer anuncio del Evangelio a los indios fue realizado más bien por el mismo Cortés y sus capitanes y soldados, aunque fuera en forma muy elemental, mientras llegaban frailes misioneros”.

[1]

No sabemos con detalle el papel que desempeñaron durante las guerras que llevaron a la conquista de la Gran Tenochtitlan, capital del Imperio Azteca. Imperio que fue vencido con la ayuda de tribus sometidas. Se dice sin embargo, de aquellos primeros franciscanos, que “actuaron como pacificadores entre los españoles y acaso hicieron lo mismo con los indios”.[2] Más tarde, cuando llegaron el 13 de agosto de 1523, desembarcando en las costas de Veracruz tres frailes franciscanos de origen flamenco: Juan de Tecto, Juan de Ayora o Aora y Pedro de Gante, habían pasado dos años ya de la toma de la ciudad.

En 1524, doce franciscanos partieron de San Lúcar de Barrameda, Cádiz. El 25 de enero, alcanzaron Puerto Rico en veintisiete días de navegación, se detuvieron seis semanas en Santo Domingo, y llegaron a San Juan de Ulúa, junto a Veracruz, puerta de México, el 13 de mayo. [3] Con ellos se comienza de manera más formal el trabajo de evangelización. Unos años después, en 1526 llegan 12 dominicos y luego los agustinos en 1533. Los jesuitas llegaron más tarde, en 1572.

En el siglo XVI, las vivencias ecuménicas o las experiencias interreligiosas eran inimaginables: la oración interreligiosa de Asís de 1989, la oración silenciosa de Juan Pablo II delante del muro, en Jerusalén, y tantas otras experiencias…y las nuestras propias que cada uno guarda en su corazón… Lo que sí podemos poner de relieve, con admiración y reconocimiento, es que los misioneros desearon compartir su gran tesoro – Cristo – con quienes no lo conocían y que defendieron la dignidad de los indígenas contra los abusos de los que sólo buscaban sus propios intereses (económicos y otros), acudiendo a quien hubiera que acudir, por amor de quienes sufrían vejaciones y por amor también a ese mismo Cristo que anunciaron con fidelidad.

La labor de evangelización de los primeros misioneros comenzó a través de intérpretes, hasta que poco a poco fueron aprendiendo las lenguas nativas. Más tarde, algunos de ellos habían aprendido el náhuatl, lengua que se hablaba en el valle de México, lo suficiente para hablar y entenderla.

Cuentan los historiadores que una de las maneras para los misioneros de aprender la lengua nativa era el juego con los niños. Escuchaban con atención el nombre que los niños daban a los objetos con los que jugaban y luego los anotaban con cuidado. Por la tarde se reunían los religiosos y se comunicaban unos a otros lo que habían aprendido. Y lo que un día creían haber aprendido bien, al día siguiente se daban cuenta que no era exactamente así y recomenzaban…[4]

Uno de los medios de evangelización fue la escuela para indígenas. Es posible que se inspiraran en la experiencia que de ella se iba teniendo en la Antigua Española (actual Haití y República Dominicana), que quizá conocieron al parar en la isla, camino de México.

Con la llegada de los tres franciscanos antes mencionados, se abrió bajo la dirección de Pedro de Gante, una escuela en Texcoco y más tarde, en 1528, establece la escuela de San José de los Naturales, en la Ciudad de México.[5] Este tipo de escuelas se fueron abriendo en todos los conventos. Se impartían catequesis, lectura y escritura en castellano, aritmética, música….

En enero de 1536, a iniciativa del virrey Antonio de Mendoza y del obispo Juan de Zumárraga se estableció el Colegio de Santiago Tlatelolco destinado a la educación de los hijos de los indígenas principales. En este colegio franciscano el plan de estudios incluía catequesis, escritura y lectura del idioma castellano; y en un nivel superior, gramática y literatura latinas, filosofía, música, información científica y medicina herbolaria a partir de los conocimientos indígenas de algunas plantas.

Los misioneros hicieron uso para la catequesis de las historietas de la época: dibujos representando los sacramentos, algunas oraciones como el Padre Nuestro, y otros temas importantes de la fe cristiana.

A los indígenas les gustaba muchísimo la música, elemento esencial en sus ritos religiosos antiguos. También los misioneros hicieron uso de ella, componiendo cantos sencillos con contenidos catequéticos.

III. Las primeras mujeres evangelizadoras

3.1. Las primeras mujeres que llegaron de España

A los niños se les educaba, principalmente en los colegios impulsados por los frailes franciscanos. Se planteó la cuestión de las niñas indígenas. ¿Qué hacer? ¿Cómo organizarse?

La educación de las niñas también sería tema de interés en el grupo de los primeros franciscanos. Fray Toribio de Benavente, Motolinía, cede a doña Catalina de Bustamante, en 1528, un antiguo palacio, el de Nezahualcoyitzi, para que pueda establecer en él el primer colegio de niñas. Catalina, originaria de Llerena (Badajoz) era viuda. Había ido a la Nueva España con su esposo Juan Tinoco y con sus dos hijas.[6] Catalina, estaba asociada a la orden franciscana como terciaria seglar. Impartió a las niñas, en este colegio situado en la ciudad de Texcoco, educación humana y cristiana, comprometiéndose igualmente en la defensa de su dignidad de mujeres.

Isabel, esposa de Carlos V, se interesa en la cuestión de la educación de las niñas, especialmente cuando se le contacta por problemas del colegio de Texcoco. Había habido abusos (un importante español raptó una niña del colegio y Catalina indignada, pide ayuda al obispo Juan de Zumárraga y éste y sus hermanos franciscanos se dirigen a la emperatriz.) Isabel tomará un vivo interés en el importante tema de la educación de las mujeres, convirtiéndose en patrocinadora de las misiones educativas que irían a México con este fin.

La primera de estas misiones fue organizada por la emperatriz pidiendo al franciscano Fray Antonio de la Cruz, que buscase en España mujeres religiosas, para ir a la Nueva España como maestras de las niñas indígenas. Y llegó a México, Elena Medrano, beata del convento de Santa Isabel de Salamanca que vivía en la iglesia contigua de San Juan de Barbalos.

Con compromiso de distinto tipo que el de las monjas de clausura, las beatas estaban en general asociadas a una orden religiosa, vivían en comunidad y se dedicaban con frecuencia a obras caritativas.

Elena fue acompañada de su sobrina y de otras dos terciarias franciscanas que también aceptaron la propuesta, así como también dos terciarias de Sevilla, Ana de Mesa o Mesto y Luisa de San Francisco. Se menciona también como parte de esta misión a Catalina Hernández. El grupo llegó en 1530, y en 1531 se establece con ellas de manera formal un “beaterio” o colegio monasterio, llamado “La Madre de Dios”.

Cuatro años más tarde, cuando Fray Juan de Zumárraga fue a España para ser consagrado obispo, aprovechó su estancia para buscar maestras. Y de hecho invitó a seis mujeres solteras y dos casadas, con sus maridos e hijos. En los principios de la evangelización en México, la política de la corona española, no aceptaba que fueran monjas las que se desplazaran. Esta segunda misión llegó a México en 1534.

La tercera misión educativa tuvo lugar en 1535. Catalina Bustamante, aquella primera maestra, fue personalmente a España y visitó a la emperatriz Isabel, explicándole de viva voz las necesidades y la magnitud de la obra que llevaban adelante. Con la ayuda de la emperatriz, llevó a México cuatro maestras terciarias seglares.

Con las nuevas maestras se pudieron establecer más colegios, como los de Otumba, Cuautitlán, Tepeapulco, Coyoacán, Xochimilco y Tlamanalco. Si se considera que hubo unos diez colegios, que cada uno tenía alrededor de 300 a 400 niñas indígenas y que la escolaridad en ese momento era de máximo cuatro años, podemos entrever la amplitud de esta maravillosa obra.

Quisiéramos poder conocer tantos detalles de la vida de estas mujeres. Los datos no son abundantes en este sentido. Pero algo sí sabemos: que fueron mujeres emprendedoras, creativas y valientes. Y que su admirable apertura a la gracia del Espíritu, hizo posible esta obra notable de los comienzos de la evangelización. Su “sí” a Dios las llevaría a otros mares, otras culturas, a encontrarse con miradas, sonrisas y palabras con perfume y sabor a nuevos mundos.

3.2. Los primeros conventos femeninos

– Orden de la Concepción

El primer convento femenino de monjas que se establece en México es el convento de la Concepción. Un grupo de jóvenes de la ciudad de México le pide al obispo Juan de Zumárraga que estableciera para ellas un convento. La bendición de este primer convento de la Orden de la Inmaculada Concepción, tuvo lugar en 1540. La bula de Roma confirmando la validez de la fundación es del 11 de febrero de 1545.

Existía un beaterio, que se había formado con maestras que llegaron desde España en aquellas misiones educativas de las que hablamos antes. Y entre los nombres de las monjas de este nuevo convento figura Paula de Santa Ana. No todas profesaron como monjas, algunas siguieron con la vida que tenían, otras regresaron para España. En este convento entraron no sólo hijas de españoles sino también mestizas, fueron los casos de Isabel y Catalina Cano Moctezuma, nietas de Moctezuma, penúltimo emperador azteca. Y 50 años más tarde, tenía el convento un total de 200 personas. De ellas unas 135 monjas profesas, niñas educandas y personal al servicio de las monjas, como era uso en aquella época también en Europa. Existe también quienes afirman que las primeras mujeres que formarían luego el primer convento concepcionista salieron del convento de la Concepción de Toledo, y que a ellas se agregaron en México, algunas aspirantes que deseaban entrar a este monasterio.[7]

El convento recibía niñas para su educación y las monjas se ocupaban de ellas personalmente. Esta educación se realizaba en pequeños grupos dirigidos por una monja; comprendía catequesis, lectura y escritura del español, latín, aritmética, música coral e instrumental. Aprendían también los oficios que se llamaban propios de la mujer, como coser, bordar y tejer. Las concepcionistas eran famosas, entre otras cosas, por su confección de flores en papel, seda, lino y algodón. Este convento más tarde hizo varias fundaciones en la misma ciudad de México (Regina Coelli, en 1570; Jesús María, en 1580, para monjas sin dote; y otros muchos), así como en Puebla, en 1593, y en otros lugares del país. Las monjas de la Orden de la Concepción ayudarían luego en las fundaciones de los nuevos conventos: muchas de ellas fueron enviadas para ayudar en los comienzos de los conventos de las nuevas órdenes que se fueron implantando en México.

– Orden de Santa Clara

El segundo monasterio que se funda en la Nueva España es el de la Orden de las Clarisas. Con varias ramas diferentes, el primer monasterio que se fundó fue el de las urbanistas, llamadas así por la Regla a la que se acogen, dada por el Papa Urbano IV. Las monjas no llegan de España sino que se fundó con jóvenes novohispanas que desearon tomar este tipo de vida. Probablemente conocieron la Orden de Santa Clara por los franciscanos, que eran muy queridos en México. El permiso de fundación del Convento de Santa Clara llegó de Roma en 1570 y el 22 de noviembre de 1573 tuvieron lugar las primeras profesiones.[8] En este convento, dedicadas a la oración, al rezo del Oficio Divino, y a la confección de objetos de culto, hacían también según parece una especie de suero para enfermos. Las monjas se dedicaban igualmente a la educación de las niñas, como se hacía en los conventos concepcionistas. La Orden de Santa Clara se expandió primero por la capital, en 1598, con el Convento de San Juan de la Penitencia. Y luego fundaciones fuera (1607, en Querétaro, 1608, en Puebla, etc.) Y el convento de Santa Isabel, el 11 de febrero 1601 en la capital, teniendo este último la primera regla de Santa Clara.

– Orden de San Jerónimo

La Orden de San Jerónimo de varones había llegado a México ya desde 1533. Juan e Isabel Barrios, fueron los impulsadores de esta fundación de monjas y los que buscaron la economía necesaria pare ello. Isabel compró casa y la adecuó para convento, que comenzó como tantos otros, con el envío de algunas monjas de uno de los conventos concepcionistas, donde Isabel Barrios entró como primera novicia. El traslado al nuevo convento tuvo lugar el 29 de septiembre de 1585. A este convento que se fundó bajo el título de Nuestra Señora de la Expectación de la orden de San Jerónimo, se le dio luego el título de convento de San Jerónimo porque su templo fue dedicado a San Jerónimo y Santa Paula. Contiguo al convento hubo un colegio para niñas. Este convento llegó a ser muy conocido por una monja de gran renombre, escritora, poetisa, mística, que desarrolló también la pintura, la astronomía y otras disciplinas: Juana Inés de la Cruz. (1651-1695)

– Dominicas

El convento de Santa Catalina de Siena nació a iniciativa de tres hermanas, las Phelipas; una de ellas viuda y las otras dos solteras. Deseaban ser monjas y estaban dispuestas a aportar su casa para hacer el convento y sus bienes para el sustento de la nueva fundación. Las hermanas acudieron a los frailes dominicos a los que conocían bien pues eran sus directores espirituales. Les propusieron fundar un convento de monjas dominicas ya que no había en la Ciudad de México sino sólo en la provincia de Oaxaca, fundado en 1576. El nuevo convento se fundó en 1593 con dos religiosas dominicas de Oaxaca y las nuevas novicias. Las monjas llevaban una vida austera, entre la oración y la costura. Las dominicas se dedicaron también a la enseñanza de las niñas.

Hubo un momento, en el siglo XVII, en que hubo muchas presiones para que se respetaran las decisiones del Concilio de Trento de que no hubiesen viviendo en los conventos personas ajenas a éstos. Y de hecho, en un momento dado, las niñas tuvieron que dejar los conventos pero un poco más tarde, hubo disposiciones del Papa Pío VI, y las niñas pudieron volver a los conventos.

– Orden de San Agustín

El Convento de San Lorenzo se fundó el 14 de noviembre de 1598, a iniciativa de algunas familias establecidas en México, como fue la familia Mendoza. Con el dinero que dieron para la fundación de este nuevo convento y con monjas pertenecientes a esta familia y que habían profesado en otros conventos, que decidieron abandonar en aras de la nueva fundación, se abrió este nuevo convento. [9] Las monjas llevaban vida contemplativa y entre sus labores se dedicaban a la fabricación de objetos para el culto divino; también eran famosas por sus dulces. Como otros conventos de la época, las monjas se dedicaron con esmero a la educación de las niñas. La orden Agustina, hizo, a su vez, otras fundaciones, entre ellas: Santa Mónica, en Puebla, 1688, Nuestra Señora de la Soledad en Oaxaca, en 1697, y Santa Mónica en Guadalajara, 1720.

– Carmelitas

El primer Carmelo de la capital de México fue principalmente fruto de la fidelidad y perseverancia de una mujer: Inés de Castillet. Ella quería entrar al Carmelo en su tierra de origen, Toledo, España, pero su familia se mudó a México. Ella entró entonces a las concepcionistas del convento de Jesús María. Su entusiasmo por la espiritualidad carmelitana hizo que al paso de los años hubiese en ese mismo convento otras monjas carmelitas “de corazón”. Al cabo del tiempo, los vientos soplaron a favor de la nueva fundación. El nuevo arzobispo, Fray Juan Pérez de la Serna había prometido a Santa Teresa de Jesús que fundaría un convento de carmelitas en la ciudad al haber logrado llegar con bien, luego de un viaje peligroso en el navío que le llevaba a América. El convento de San José, conocido como Santa Teresa la Antigua, se fundó el 1 de marzo de 1616.

La orden se expandió hacia otros lugares. Desde Puebla, lugar donde había ya un Carmelo, (el primer carmelo de América) fundado el 27 de diciembre de 1604, se fundó otro en Puebla el 26 de febrero de 1748. Desde México se fundó el de Santa Teresa la Nueva, en 1704. Muchos otros serán fundados, como son el de Querétaro, Durango, Morelia, y en Caracas, en 1731.

– Capuchinas

La fundación del convento de Capuchinas, tiene una bella historia. Habiendo muerto en México el arzobispo de la capital, se nombra nuevo arzobispo a Mateo Saga de Bugueiro, canónigo de Toledo y confesor de las monjas capuchinas de esa ciudad. “Electo para el cargo (…) tuvo la idea de traer consigo algunas de las monjas para que estableciesen un convento de capuchinas que no existían aquí según se le había informado”. [10] Así, le viene la idea de llevar a México capuchinas para que establezcan allí un convento. Las monjas estaban deseosas y abiertas a hacer esta fundación. En México encontró una viuda, Isabel Berrera, que ofreció dinero y su residencia para la nueva fundación, a condición que llevara el nombre de San Felipe de Jesús (el primer santo novohispano) y que, si en diez años no se hacía, los bienes pasarían al convento de las concepcionistas, pues ella era bienhechora de ese convento. Pero pasan casi diez años. Además, los trámites de la fundación se complican con cartas que no llegan y otras que sí llegan sin saber cómo. Incluso ya para entonces, las monjas elegidas al principio para la fundación, habían ya muerto y el arzobispo había sido llamado para desempeñar otro cargo en España. La Providencia de Dios lleva adelante su obra y el 10 de mayo de 1665, abandonaron la ciudad de Toledo. Diez monjas llegando al puerto de Veracruz, luego de mil vicisitudes y peligros diversos en alta mar, el 8 de septiembre del mismo año. Primero vivieron en un convento de concepcionistas y luego vivieron en la casa de una señora que les prometió ayudar en la fundación del convento. El convento se inauguró solemnemente en 1673, con el nombre de Convento de San Felipe de Jesús. Las monjas observaban la primera regla de Santa Clara. Era pues un convento de gran pobreza. El convento no tenía rentas y vivían de las cosas que confeccionaban, vendiendo sin precio fijo y recibiendo así lo que la gente, en su generosidad, quisiera darles.

Desde este convento de San Felipe de Jesús se hicieron varias fundaciones: 17 de agosto de 1703, San Joaquín y Santa Ana en Puebla; 8 de agosto de 1721, San José de Gracia, Querétaro, y otros como el de Nuestra Señora de Guadalupe y Santa Coleta, en la capital de México, el 30 de agosto de 1787.

– El convento de Corpus Christi

Un convento con una orientación específica se fundó el jueves de Corpus de 1724: el de Corpus Christi para indias nobles. Baltasar de Zúñiga, Marqués de Valero, Virrey de la Nueva España, es el que impulsa la fundación de este convento, tomando en cuenta la opinión de muchos conventos de monjas y de curas de parroquias, que tenían en alta estima las virtudes y aptitudes de las indias para la vida religiosa. Ello en contra de otra corriente que estimaban a las indias nobles incapaces de vivir en la rigidez de la regla monástica. Muchos pensaban, además, que las indias podían vivir como criadas, pero no como monjas…[11] El convento se fundó teniendo como regla la primera de Santa Clara, la misma que tenían entonces las capuchinas. Las monjas de Corpus Christi, dedicadas a la oración, trabajaban haciendo ornamentos, cuidaban la huerta, y se cuenta que en momentos de recreación hacían representaciones teatrales. Debido a que muchas mujeres indias pidieron entrar a este convento, se hicieron nuevas fundaciones. La primera en Valladolid, hoy Morelia, en 1737, y una segunda en Oaxaca, en 1782.

– La Orden del Salvador

Ya en 1670, un matrimonio, Francisco de Córdova y su esposa, tramitaron permisos para la fundación de un convento de Santa Brígida. Este proyecto no llegó a realizarse. Y unos 60 años más tarde, el tema de la fundación se volvió a lanzar. Gertrudis Roldán, viuda, había heredado dinero de su difunto esposo, Melchor de Surbano. Al no haber tenido hijos, él deseó dejar su herencia a la fundación de un convento de monjas. Ella quiso cumplir su deseo y se preguntaba a si misma, de qué orden religiosa tendría que ser este convento, si de los que ya existían en la Ciudad de México o uno nuevo. Pidiéndole a Jesús en la oración que le inspirarse, Gertrudis oyó una voz decir: “Santa Brígida” Pero no conocía ella que hubiese monjas de esta orden y cuando preguntaba, nadie sabía decirle nada. Se lo comentó a su confesor y éste le dijo que había oído hablar de esta orden, pero que no sabía dónde. Gertrudis se casa en segundas nupcias con José Francisco de Aguirre, originario de Vitoria, España.

Cuentan las crónicas de la historia del convento que cuando Gertrudis le comunica a su segundo esposo todo ello, él le dijo: “Pues en mi tierra hay monjas [de esta orden] y de allí las podemos traer”.[12]

Su viaje no tuvo pocas dificultades. Cuando estaban en Cádiz a poco de salir, estalló la guerra con Inglaterra, y tuvieron que esperar durante cuatro años, acogidas por la comunidad de concepcionistas recoletas. Y ya de viaje, el barco fue atacado, en Canarias. Finalmente, el barco llegó con bien a Veracruz el 30 de julio de 1743. El 3 de septiembre, llegaron a la Villa de Guadalupe, peregrinando al santuario de la Virgen, el grupo de seis monjas. Fueron acogidas por un tiempo en el convento concepcionista de Regina Coelli.

Se trasladaron el 21 de diciembre de 1744 al nuevo convento, que estaba aun por terminarse. La Iglesia, dedicada a Nuestra Señora de las Nieves, se consagró el 19 de marzo de 1745. Se conservan las crónicas en que se narran los pormenores de esta fundación, en donde la aventura de ir a América era considerada una “varonil empresa”.

La Orden del Salvador, fue fundada por Santa Brígida de Suecia. Nacida en 1303 vivió una profunda experiencia del amor de Dios. Jesús le pide la fundación de una orden religiosa, la Orden del Santísimo Salvador, orden contemplativa. Brígida no vio terminada la obra; fue su hija, Catalina, quien logró llevar a término la aprobación definitiva de la Orden.

Las monjas del convento de Vitoria, seguían esta regla, según la reforma de Marina de Escobar, que introdujo esta orden en España. En tanto que orden contemplativa, además del rezo del Oficio Divino, dedicaba, según el deseo de Santa Brígida, tres horas diarias a la oración mental, dos en la mañana y una por la tarde. Sus labores en el convento (costura y otras) las hacían, como otras órdenes religiosas, en silencio. La monjas admitieron niñas para educación, pero no desde los comienzos de la fundación, sino más tarde, y fueron en total pocas niñas.

– La Compañía de María

Termino, estos breves relatos sobre las fundaciones, con unas notas sobre la Compañía de María, cuya finalidad principal fue la enseñanza.

María Ignacia Azlor, nace en la hacienda de los Patos, en el estado de Coahuila, México, el 9 de octubre de 1715.[13] Ella queda huérfana a los 18 años y decide entrar como religiosa en España. El 24 de septiembre de 1742 ingresa en el convento de la Compañía de María, en Tudela. Y con diez religiosas de Tudela y una de Zaragoza, la mayoría vascas, salen para México y llegan a Veracruz el 5 de agosto de 1753. El 17 de diciembre de 1754, el arzobispo bendice el primer edificio del futuro convento ”Nuestra Señora del Pilar”.[14] Este colegio impartió educación integral a las niñas, que incluía formación religiosa y humana, y otras áreas como era la lectura, escritura, costura, bordado. Las niñas estaban repartidas en grupos según su nivel de conocimientos. El colegio era atendido por monjas maestras; el tipo de sistema fue tan interesante y novedoso que fueron ejemplo para otras instituciones femeninas.

La fundación tuvo muy buena acogida, al ver lo benéfico de su vocación particular para la enseñanza y sus excelentes frutos. Hubo fundaciones en varios lugares del país, entre otras Irapuato, Aguascalientes, Morelia, Orizaba, y otras dentro de la capital.

[1] Los primeros franciscanos de México, en : Hechos de los apóstoles en América, José María Iraburu, (Fundación Gratis Date, Pamplona) p.81
[2] Evangelización, cultura y promoción social, Lino Gómez Canedo, p. 324.
[3] Hechos, o.c., p. 83
[4] “Para lograr este propósito no dudaron en ponerse a la altura de los niños, jugando con ellos y escuchando con atención el nombre que daban a los objetos y anotándolo cuidadosamente, como afirma Mendieta en su Historia”. Los franciscanos, al servicio de la cultura en México, José Rodríguez Carballo, ofm, Ministro general, p. 2
[5] Evangelización, cultura …o.c., p. 289
[6] Conventos de Monjas en la Nueva España, Josefina Muriel, p. 26
[7] Las monjas Concepcionistas, Ignacio Omaechevarría ofm, p. 104
[8]Conventos…..o.c., p. 169
[9] Conventos…o.c., p. 329
[10] Ibid, p. 220
[11] Las Indias Caciques de Corpus Christi, Josefina Muriel, p. 41
[12] Crónica del Convento de Nuestra Señora de las Nieves, Santa Brígida de México, Josefina Muriel y Anne Sofie Sifvert, p. 64
[13] Conventos de Monjas… o .c. , p. 473
[14] La revolución pedagógica en Nueva España, Pilar Foz y Foz, p. 213