Encontré un anuncio sorprendente en el periódico: “Se buscan anónimos”. La sorpresa me llevó a leerlo por completo. Pensé que se trataba de algo propio de investigaciones policíacas buscando los autores de escritos anónimos, increpando o persiguiendo con fines maliciosos –menudos estereotipos sociales nos movilizan.
Sorprendentemente el anuncio iba en otra dirección. Se buscaban personas que estuvieran dispuestas a ser anónimas, personas que tuvieran la habilidad social de trabajar, sonreír, escribir, actuar, laborar, rezar… vivir sin hacer ruido, sin proclamar a los cuatro vientos que ellos están ahí, sin querer salir en la prensa ni ser motivo de conversación de los amigos. Decía el anuncio que se buscaban personas con la habilidad de hacer un trabajo sin que nadie llegara nunca a saber por quién fue hecho: ni derechos de autor, ni agradecimientos de ningún tipo, ni tan sólo esperar una sonrisa o un cobro monetario.
Me imaginaba llegando a casa por la noche, encontrándome todo tal y como de buena mañana lo había dejado a toda prisa: camas por hacer, restos del desayuno de los niños por recoger… y con el empeño de reordenar el espacio sin decir nada a nadie, ni buscar méritos ni complacencias, ni esperar un ‘gracias’ o una simple sonrisa de complicidad. Me imaginaba la situación y a mi mente venían argumentos de todo tipo para justificar que cada uno debe ser responsable de lo que hace y asumir sus actos. No cesaban de invadirme justificaciones pedagógicas para no actuar de tal modo y principalmente para desvelar la autoría del posterior orden en el hogar, argumentado incluso con un tono de cierto victimismo esperando esa buscada recompensa afectiva. Me traicionaba incluso el ‘recibiréis el ciento por uno’, pensando en una recompensa futura, en aquello de ‘siembra y recogerás’, ‘recibirás lo que hayas dado’.
El anuncio me invitaba a pensar en diversas situaciones: sustituir a profesores, periodistas, articulistas, taxistas, cocineros, personal de limpieza… sin desvelar la identidad del que realizara ese mal llamado ‘trabajo sucio’, simplemente por no aparecer en la foto.
Sentía que con mis solas fuerzas no podía ofrecerme para este anuncio. Traté de amarrarme a algún personaje histórico que me impulsara a seguir sus huellas y manifestara esa actitud tan última. Me vino a la mente el gran no protagonista de la historia: José. Su humildad llega a ceder la paternidad del mismo Jesús, a hacerse padre adoptivo, a no aparecer más en la historia bíblica. ¡Qué gran papel no haría José en la vida de Jesús para que éste nos propusiera a llamar a Dios como Padre!
Casi me parecía un anuncio para masoquistas. ¡Quién va a estar dispuesto a pasar desapercibido, y más aún, a ser ignorado en su trabajo, en su vida, en su existencia misma! He querido comprobar que no se tratara de una tomadura de pelo. El anuncio concluía: los interesados, contacten con un tal José, en el taller de carpintería de Nazaret.
Pensé de inmediato en el trabajo en cadena, en el saber estar de tantas madres de familia para con sus hijos, en el saber vivir anónimamente de tantas mujeres al lado de sus maridos protagonistas de la historia. José rompe moldes y esquemas de sociedad paternalista en plena radicalidad del no protagonismo de las mujeres. José es el hombre cuya docilidad, cuya fe intrépida en las palabras del ángel, le lleva a poder ser el primer hombre que vive el anonimato de las mujeres de su época.
Pensé en el personal de limpieza de muchos lugares públicos y empresas que ni tan sólo están contratados, que no son reconocidos en su trabajo ni por la misma seguridad social ni por quienes les ocupan. Pensé en compañeros que dedican sus vidas calladamente a visitar a los presos, a atender a niños huérfanos… dedicándose a ello sin proclamarlo a los cuatro vientos, sin apenas hablarlo con nadie, sin necesidad que se delate su identidad, sin cobro alguno, ni en especie, ni monetariamente.
El mundo necesita muchos Josés, muchos no protagonistas en esta historia, muchos anónimos, que no por ‘no tener nombre’ para los demás –de ahí el término ‘anónimo’-, signifique que no tengan identidad y que no sean nadie. El mundo necesita muchos hombres y mujeres que vivan su adultez como esos tentetiesos, que bajo los avatares del día a día, mantienen el equilibrio sin perder su identidad, sin dejar de ser alguien para Alguien, aún habiendo dejado de ser alguien para alguien.
Por Marta Burguet Arfelis
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