Con frecuencia oímos expresiones tales como: «Estoy solo…», «Me siento mal, no tengo a nadie con quien compartir…», «Mira a esa pobre, está sola…». La carencia de compañía, por lo general nos produce sentimientos negativos y de tristeza puesto que nadie quiere sentirse solo o abandonado. Este es el concepto que, más o menos, la mayoría manejamos sobre la soledad: una falta de «presencias» que nos produce un estado de infelicidad, miedo o depresión. Este tipo de soledad es una vivencia negativa que tratamos de evitar y que para muchos es desagradable.
Pero nuestra sociedad potencia el «solitarismo» como una construcción individualista enfrentada a lo grupal. No se ven sus estrategias pero se esparce este ambiente de aislamiento y, cada vez más, se cierran las relaciones, los círculos y los espacios a un nivel personal. Así, las personas nos vamos alejando unas de otras. Pareciera que la vida postmoderna tiene el propósito de enfermar a la gente y dividirlos; lo favorece un mundo sin ética, el trabajo explotador, el consumismo, las crisis económicas y familiares que producen individuos-islas, a menudo sin lazos afectivos…
Esto nos lleva a vivir unas soledades que podríamos llamar negativas. Son trágicas, impuestas y, por lo general, sus pensamientos y vivencias serán con frecuencia anómalos: resentimientos, pesimismo, exclusión, culpabilidad. En este tipo de soledad no se puede construir nada positivo, ni creativo; tampoco se tienen recuerdos agradables o significativos que nos identifiquen. Es negación y ausencia del sentido de pertenencia. Y así la soledad poco a poco se torna patológica. Las personas empiezan a vivir como en «una nada», son incapaces de cualquier acción positiva o actividad creativa, como por ejemplo, pintar, salir, leer, distraerse. Y extrapolándolo al plano existencial, tropezamos con personas que parece que pasan por el mundo, sin conciencia de ser ni existir.
Por contraposición, existe otro tipo de soledad no destructiva sino constructiva; no negativa sino positiva y que nos aporta una riqueza y un crecimiento personal y social. Posiblemente no la conocemos tanto porque está velada por la connotación negativa que tenemos sobre este concepto. Pero vale la pena ahondarla. Cuando se descubre esta soledad, a diferencia de la otra, es deseada, nutriente y gozosa. Refleja una elección y disposición personal.
Este tipo de soledad positiva, por lo general, conduce al conocimiento de uno mismo y de los otros; a conocer y depurar el mundo de los sentimientos y las emociones; a unas relaciones más auténticas y veraces. Por tanto, favorece que las personas sean más felices, tanto si están solas, como en compañía de otros.
Por ejemplo, el artista busca esta soledad efectiva pues le posibilita la creación de su arte. La musa inspiradora no es más que un trabajo en soledad, exigente y disciplinado. La mayoría de artistas saben que en cada persona reside una profundidad que podemos descubrir, a partir de una experiencia personal que requiere de elementos fundamentales como sosiego, retirarse de la acción, contemplación y, espacios vacíos de ruidos y cosas.
Pero las prisas y la vorágine del mundo acostumbran a adormecer esa profundidad que hay no sólo en el artista, sino en todo ser humano. Por eso, hoy en día, hay grupos, instituciones, movimientos que favorecen el encuentro de uno mismo con la pausa, la meditación y esos momentos de soledad que son fructíferos para las personas. Son experiencias humanas ricas en interioridad, veracidad; posibilitan el conocimiento personal, la oportunidad de reconocer la sorpresa y gratuidad del ser de cada uno. Y, todo ello nos posibilita descubrir una profunda alegría que favorece la aceptación de la realidad y de las relaciones humanas.
Esta inmersión, deseada, constructiva, serena y solitaria, no es ni huida ni escapismo, es una zona reservada a los que gustan de la libertad. Promueve y hace posible un proceso de introspección personal desde la misma realidad. Y, desde ahí, surge con más facilidad el amor altruista, la solidaridad, el sentido de la vida y el deseo de construir felicidad a mi alrededor desde lo que soy: un ser, irrepetible, único, abierto al encuentro gozoso con los demás.
Por Ana María Ollé
Voz: Claudia Soberón
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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