Siempre me he preguntado cómo es que la música que llamamos «clásica», para entendernos, tiene tan poco predicamento y hay tan pocos aficionados (siendo como es tan bella), si la comparamos con la música «pop» o moderna, que atrae y convoca a tantas masas. A parte de todas las explicaciones derivadas de los intereses de mercado que conforman las modas y dirigen los gustos de los consumidores, querría profundizar un poco más y explorar motivaciones musicológicas que me parecen también importantes.

Los tres elementos fundamentales de la música son: el ritmo, la melodía y la armonía. Más o menos todos tenemos una idea del concepto de estos tres componentes, por lo que me gustaría destacar que en una pieza musical y en la música en general siempre se hallan los tres incluidos, pero con diferente intensidad. Para decirlo de una manera muy sucinta, históricamente la humanidad, empezando por los pueblos más primitivos con sus instrumentos sencillos de percusión, los tambores, acompañaron las danzas con sus ritmos. Aunque a veces hubieran cantos, lo que predominaba era el RITMO, es decir lo más sencillo y asequible, con menos complejidad dentro de la música naciente. Pegándole un tirón a la cronología nos plantamos en el siglo XI y, en adelante, nos encontramos con la música religiosa del Gregoriano y la música profana, con las melodías de los juglares y trovadores. Si bien es verdad que en esta música hay un poco de ritmo, lo que predomina es la MELODÍA, el canto llano, la música homofónica; es decir, muchas voces que cantan al unísono pero con sólo una línea melódica. Esta música ya tiene una complejidad manifiesta muy meritoria, pero cuando llegan los siglos XV y XVI los compositores complican el arte musical hasta el extremo, mezclando líneas melódicas diferentes y que suenan al unísono y simultáneamente. Fue la cima de la complejidad, la llamada música polifónica del Renacimiento, donde destaca la ARMONÍA. Todo el arte musical posterior consistirá en profundizar en esta línea central de la armonía, con el contrapunto del Barroco y la compenetración creciente de la melodía y la armonía de la época Clásica y el posterior Romanticismo y que culminará con las grandes masas sonoras de la orquesta sinfónica y los grandes coros de los siglos XIX y XX.

A lo que íbamos. Esta música tan hermosa, la música Clásica, no es tan asequible como la música «pop», por su complejidad, por su riqueza armónica que pide introspección y análisis para descubrir su estructura formal y, sobre todo, tiempo para conocerla y saborearla e ir interiorizándola poquito a poco. Es tan rica que en cada nueva audición se descubren matices nuevos, la vas metiendo dentro y nunca te la acabas y cada vez la gozas más. Pero en nuestra cultura se busca sobre todo lo divertido, simple, rápido y breve. Y en cuanto a la música, ya nos va bien con una letra «apañada», una sencilla melodía descomplicada de armonizaciones y, eso sí, una percusión (la batería) continua, que altaneramente marque el RITMO. Musicalmente nuestra cultura mayoritariamente es así.

Por Xavier Torres