En un grupo humano, sea una familia, amigos, comunidad, compañeros de trabajo, una asociación con finalidades específicas… siempre hay la posibilidad de crear equilibrios basados en lo que cada quien aporta. Porque, aunque hay algo común que nos hace pertenecer a dicho grupo, como personas también hay particularidades que nos diferencian y ayudan a complementar nuestra presencia allí.

Esto me hace recordar la primera carta que el apóstol Pablo escribiera a los cristianos de Corinto. En ella hay un fragmento que nos dice: “Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro, la ciencia para enseñar, según el mismo Espíritu; a otro, la fe, también en el mismo Espíritu. A este se le da el don de curar, siempre en ese único Espíritu; a aquel, el don de hacer milagros; a uno, el don de profecía; a otro, el don de juzgar sobre el valor de los dones del Espíritu; a este, el don de lenguas; a aquel, el don de interpretarlas. Pero en todo esto, es el mismo y único Espíritu el que actúa, distribuyendo sus dones a cada uno en particular como él quiere.”

Sus palabras son de una gran riqueza y claridad y arrojan luz sobre lo que puede ser una buena convivencia humana. Cuando se respira el mismo Espíritu, es decir, cuando los corazones de las personas se enfocan hacia la misma dirección, cada quien es capaz de poner al servicio de ese fin y de las demás personas, lo mejor de sí. Cada uno tenemos dones o facultades diferentes, si las compartimos dejan de ser una propiedad privada para convertirse en un bien común. El grupo crece cuando “vivimos en él” y, lo que se proponga en comunidad, es más fácil de conseguirse si hay “com-unión”.

 

Ahora bien, el que intente vivirse en unidad como grupo, no quiere decir renunciar a la particularidad de cada quien. Una buena señal en la convivencia es cuando los dones de sus integrantes van creciendo, incluso se van descubriendo nuevos dones. Así, no sólo madura el grupo, sino las personas que lo conforman. Incluso, las personas muchas veces no sólo pertenecen a un solo grupo, sino que forman parte de varios colectivos. Y sus capacidades se desarrollan de diferente manera en una realidad y en otra, según los miembros que las forman y la finalidad de dichas entidades.

En ocasiones los grupos atraviesan crisis que desembocan en rupturas o en crecimiento. Es parte de su ser humanos. Por tanto, frágiles y falibles. Hay que aprender a convivir realistamente con las limitaciones, intentando aprender de los procesos, ayudando a salvar las convivencias con entusiasmo, pero sin apegos.

De gran profundidad son las palabras de Pablo: “Es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común”. Si estamos en sintonía con lo que nos rodea, no sólo con las personas, sino con todo, esto se traduce en que, en mi pequeña aportación están aportando todos. Y en la aportación de cualquier otro ser, también está inmersa la mía. La Vida se vale de todo para fluir. Y, “el bien común”, si es un bien y lo es para la totalidad, a cada persona llegará según lo necesite. Y, lo más importante, es que habrá sido posible gracias a todos.

Por Javier Bustamante Enriquez
Voz: Ester Romero
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

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Audio: Comunión