En el Nuevo Testamento vemos que la fe de María, por decirlo de alguna manera, «atrajo» el don del Espíritu Santo. Ante todo en la concepción del Hijo de Dios, misterio que el mismo arcángel Gabriel explicó así: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35)… El corazón de María, en perfecta sintonía con su Hijo divino, es templo del Espíritu de verdad (Jn 14,17), donde cada palabra y cada acontecimiento son conservados en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Así podemos tener la certeza de que el corazón santísimo de Jesús en todo el arco de su vida oculta en Nazaret encontró en el corazón inmaculado de su Madre un «hogar» siempre encendido de oración y de atención constante a la voz del Espíritu. Un testimonio de esta singular sintonía entre la Madre y el Hijo, buscando la voluntad de Dios, es lo que aconteció en las bodas de Caná (Jn 2,1s). En una situación llena de símbolos de la alianza, como es el banquete nupcial, la Virgen Madre intercede y provoca, por decirlo así, un signo de gracia sobreabundante: el «vino bueno» que hace referencia al misterio de la Sangre de Cristo. Esto nos remite directamente al Calvario, donde María está al pie de la cruz junto con las demás mujeres y con el apóstol san Juan. La Madre y el discípulo recogen espiritualmente el testamento de Jesús: sus últimas palabras y su último aliento, en el que comienza a derramar el Espíritu; y recogen el grito silencioso de su Sangre, derramada totalmente por nosotros (cf. Jn 19,25-34). María sabía de dónde venía esa sangre (cf Jn 2,9), pues se había formado en ella por obra del Espíritu Santo, y sabía que ese mismo «poder» creador resucitaría a Jesús, como él mismo había prometido.
Así, la fe de María sostuvo la de los discípulos hasta el encuentro con el Señor resucitado, y siguió acompañándolos incluso después de su Ascensión al cielo, a la espera del «bautismo en el Espíritu Santo» (cf. Hch 1,5)… Precisamente por eso María es para todas las generaciones imagen y modelo de la Iglesia, que juntamente con el Espíritu camina en el tiempo invocando la vuelta gloriosa de Cristo: «¡Ven, Señor Jesús!» (cf. Ap 22, 17.20).
Benedicto XVI, papa de 2005 a 2013
Discurso del 30/05/2009 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)
Texto: Benedicto XVI
Voz: Javier Bustamante Enríquez
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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