Introducción

Antes de reflexionar sobre la Bula del Jubileo, deseo decirles que la Exhortación apostólica Evangelii gaudium (la alegría del Evangelio) es como el programa del Pontificado del Papa Francisco. En ese documento (publicado el 24 de noviembre de 2013) encontramos una expresión que ayuda a comprender el sentido de este Jubileo extraordinario que ha sido anunciado: “La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”(n. 24). Este Año Santo iniciará el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción y se concluirá el 20 de noviembre de 2016, solemnidad de Cristo Rey del Universo.

logo_widget_03-02El Papa desea que este Jubileo sea vivido tanto en Roma como en las Iglesias locales. Por primera vez se da la posibilidad de abrir la Puerta Santa –Puerta de la Misericordia- también en cada una de las diócesis. Este es un jubileo que tiene su fuerza en el contenido central de la fe y busca recordarle a la Iglesia la misión prioritaria que tiene de ser signo y testimonio de la misericordia en todos los aspectos de la vida pastoral. Otra novedad es la llamada hecha por el Papa Francisco al hebraísmo y al islam a descubrir en el tema de la misericordia la vía del diálogo y de la superación de las dificultades conocidas por todos. También es novedad la institución de los Misioneros de la Misericordia: sacerdotes que deben ser pacientes, capaces de comprender los límites de las personas, pero preparados para difundir, en la predicación y en la confesión, la acogida bondadosa de Cristo, Buen Pastor.

Entremos ya en la Bula del Año Santo: El rostro de la Misericordia.

Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana encuentra su síntesis en esta palabra y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. Dios, “rico en misericordia” (Ef 2,4), “compasivo…, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad” (Éx 34,6), ha dado a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. Por su parte, Jesús, con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. Quien ve a Jesús –como le dice al apóstol Felipe- ve al Padre.

Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Es la vía que une a Dios y al hombre.
Todos estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. El Jubileo Extraordinario de la Misericordia –dice el Papa- es un tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes.

Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar a la humanidad en soledad y a merced del mal y, por esto promete el Redentor. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner límite al amor de Dios que perdona.

La Puerta Santa será una Puerta de la Misericordia, que al ser atravesada se podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza. Para el domingo III de Adviento establezco que en cada Iglesia particular se abra por todo el Año Santo una idéntica Puerta de la Misericordia. Cada Iglesia particular estará directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual. El Jubileo será celebrado como signo visible de la comunión de toda la Iglesia.

El Papa abrirá la Puerta Santa en el 50º aniversario de la conclusión del concilio ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento con el cual se iniciaba un nuevo periodo de su historia. Los Padres conciliares habían percibido, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo de un modo más comprensible. Había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo un signo vivo del amor del Padre.

En la apertura del Concilio el Papa san Juan XXIII, para indicar el camino a seguir, dijo: “En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad… La Iglesia católica… quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella”. También el beato Pablo VI en la conclusión del Concilio decía: “La religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad… La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio… Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno. Ha reprobado los errores, sí, porque lo exige no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas, sólo invitación, respeto y amor. El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo, en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios alentadores, en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza… Toda esta riqueza doctrinal se orienta en una sola dirección: servir al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades” (7-12-1965).

Con estos sentimientos de agradecimiento y de responsabilidad ante la tarea que nos espera –dice el papa Francisco- atravesamos la Puerta Santa. El Año Jubilar se concluirá en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016. Cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud por ese tiempo extraordinario de gracia. Encomendaremos la vida de la Iglesia y la humanidad entera a la Señoría de Cristo. ¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros.

Dice Santo Tomás de Aquino: “Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia”. Y añade que la misericordia divina no es en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. En el Antiguo Testamento vemos que la bondad de Dios prevalece por encima del castigo y la destrucción. La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y perdón.

La misericordia hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de salvación. Por eso el hombre estará bajo la mirada misericordiosa del Padre. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz.
La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa que amor, que se dona y se ofrece gratuitamente como algo único e irrepetible. En Él todo habla de misericordia y de compasión por la multitud de personas que lo seguían, cansadas y extenuadas, perdidas y sin guía (cf. Mt 14,14). Lo vemos concretamente cuando encontró la viuda de Naim; el endemoniado de Gerasa. La vocación de Mateo, que era un pecador y un publicano: los ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo. Era una mirada cargada de misericordia. San Beda el Venerable, comentando esta escena del Evangelio, escribe que Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y lo eligió: “miserando atque eligendo”. Siempre –dice el Papa- me ha cautivado esta expresión, tanto que quise hacerla mi propio lema episcopal.

Por P. Miguel Huguet
Retiro en el Santuario de Cristo Flagelado
Coaniquem