Vivo en un pequeño poblado del desierto de Atacama. Un oasis que, gracias al río cercano, posibilita algo de agricultura. También hay algunos rebaños de llamas y ovejas. Los veo pasar por delante de mi casa, a veces acompañados del pastor o pastora… pero lo que más me sorprende es ver que algunos días, pasan las ovejas solas, sin el pastor, camino al lugar donde saben encontrarán los verdes pastos. La primera vez miré y remiré a ver si es que el pastor había pasado antes o venía detrás, pero no. Iban ellas solas. Hacia el atardecer volvieron a pasar –también solas- rumbo a su corral.

Claro, pensé, ellas saben el camino. Ya no necesitan el pastor que las guíe. ¿Entonces cuál es el cometido del pastor? Les abre la puerta del corral para que salgan y cierra la puerta cuando regresan para que estén seguras y a salvo durante la noche. Si alguna está herida, la cura. Si tienen demasiada lana, las esquila. Si no hay pasto en las praderas, les lleva fardos de alfalfa al corral para que no les falte el alimento… las cuida. Pero ya no las guía… ellas saben el camino. Me hace pensar en la adultez del pueblo de Dios. Cuando se llega a una etapa de madurez y solidez de la vida cristiana, el papel del pastor tiene que tomar otro cariz más trascendido. No es un despreocuparse, sino un ocuparse de otra manera, distinta, un hacer camino juntos desde los diversos carismas y dones, cuidándonos unos a otros y ayudándonos mutuamente en ese camino hacia la santidad.

El otro aspecto que también me llama la atención en los comentarios que se hacen de este evangelio es que siempre se habla de “el pastor” y se buscan los atributos propios del oficio de pastor. En masculino. Curioso, porque en muchos casos son las mujeres las que pastorean los rebaños. Son ellas las que ejercen este trabajo. Al menos, en el altiplano andino es así. Y propio de la mujer es ese cuido a la vida, esa capacidad de acogida y de nutrir la vida en todas sus dimensiones y facetas. Que la mujer no tenga acceso al ministerio sacerdotal no significa que esté incapacitada para ejercer el ministerio de guiar, acompañar, cuidar, velar, nutrir, convocar, servir…

Ser buen pastor/a es estar dispuesto a servir y amar y a eso estamos todos invitados.

Texto: Lourdes Flavià
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza


 

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