Por Javier Bustamante. Cuando descubrimos a Jesús en nuestra vida y decidimos subir a la barca de su proyecto, a menudo se levantan tempestades que ponen en riesgo nuestra estabilidad. Tempestades externes, pero también internas. Quizás estas últimas son las que más nos hacen hundirnos.

Nuestra naturaleza humana es así. Desconfiamos de aquello que no podemos controlar, entonces el miedo nos invade.

Recordemos el evangelio de Mateo donde nos relata el pasaje de Jesús en la barca (Mt 8, 23-27). La confianza de Jesús es tan grande, que se relaja hasta el punto de dormirse en la barca y la tempestad no le quita el sueño. Jesús acepta la fuerza de la naturaleza y navega con ella. Para sus seguidores y seguidoras, en aquel momento aún de formación en lo que es la vida del Reino y la aceptación de la realidad con todos sus matices, aún les sobrepasan los embates de la vida.

¡Confianza, fe, paciencia!

Si aquellas mujeres y hombres no hubieran subido a la barca, no habrían pasado ese mal trago. Estarían en tierra firme, sin perder la seguridad, y seguirían quizás con sus vidas tranquilas, sin tempestades. Pero se embarcaron en una aventura desconocida y, como tal, con posibles contrariedades. Porque el mensaje de Jesús es nuevo e implica muchas veces despertar nuestras tempestades con tal de que nuestra vida se libere de viejos esquemas.

Jesús está siempre con nosotros. Ante las contrariedades no dudemos en despertarlo dentro de nosotros. O, mejor dicho: de despertarnos nosotros a la consciencia de saberlo a nuestro lado. Él nos busca como somos, personas de fe humana, y nos invita a aumentar nuestra fe tomados de su mano. Con Él, la tempestad es bonanza.

Texto: Javier Bustamante
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

 


 

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