Estamos inmersos en una sociedad desvinculada, individualizada y personalista, donde impera el más fuerte, por sobre el ser, por sobre el vínculo personal, por sobre la comunidad, la solidaridad y el acompañamiento. Es pues, válido preguntarnos si es posible hoy, convivir juntos y acompañarnos en el camino.

Hoy más que nunca vemos cabezas gachas, hipnotizadas, seducidas por la pantalla del celular (móvil) que mantiene un frágil vínculo y da la sensación de estar conectados con múltiples personas, pero virtuales, intocables, que aseguran la desvinculación y despersonalización, a la vez que confirman la inmensa soledad que viven, pero que son incapaces de conectarse con otro ser real.

El miedo que representa este otro, mi próximo, mi hermano, se confronta con el temor a la soledad: mientras se aleja de la posibilidad de vincularse cotidianamente, de dejarse penetrar por otro, al visualizarlo como limitante, también se huye del miedo a permanecer sólo. Esta experiencia dual afecta al trato de pareja, la relación de los padres con los hijos y viceversa, del creyente con la comunidad y del sujeto con la sociedad.

El miedo que paraliza, que va robando la alegría de vivir y de convivir. Se instala la desconfianza y la sospecha como primer signo ante cualquier trato humano. Algo ha muerto y necesita ser rescatado y resucitar para dar vida nueva.

Imposible no asociar a cómo estaban los apóstoles después de la muerte de Jesús: asustados, sin consuelo, paralizados y bajo esas circunstancias, y presumo, para sorpresa de muchos, María Magdalena junto a otras mujeres parten, hacia el sepulcro y contra toda lógica comienza su apostolado, convirtiéndose, María Magdalena, en una verdadera apóstola de los apóstoles. Repasemos su andadura de su mano, para visualizar sus pasos.

Primer ella no va sola, va con otras mujeres. Temen al tener claridad sobre las dificultades que enfrentarán. Por ejemplo, no saben cómo moverán esa tremenda piedra, (Mc. 16) pero esta realidad supuesta no las desanima. Quieren honrar, perfumar, ungir el cuerpo de Jesús. Como un gesto de agradecimiento por su existencia por todo lo que Jesús significo en sus vidas, porque los transformo de esclavos a hombres y mujeres libres, y en medio de toda desesperanza ellas van, entonces podríamos inspirarnos en María Magdalena e iniciar este tiempo litúrgico bombardeado, literalmente, por la dura realidad que vivimos para despegar la vista de la pantalla, cualquiera que sea, y rescatarnos los unos a los otros. Esto podría ser más o menos así:

Primero, partir y honrar: Partir incluso si no sabemos quién podrá mover la piedra del sepulcro de nuestra vida. Partir con esperanza, ante toda dificultad, para honrar la vida, por sobre una cultura de muerte, y ante toda lógica actual honrar la existencia con todos los signos de muerte personales, familiares, comunitarios. Aceptar completamente la existencia y todo aquello que ha posibilitado esta, sea bueno o no tanto.

Segundo, no temer: En el camino se encuentran con un Ángel poderoso que les dice “no teman” (Mt. 28, 5). Cuántas personas amigas, hermanos de camino, familiares, que hacen hoy de ángeles poderosos que nos ayudan con sus palabras y nos alientan a seguir, cuántas presencias sutiles, delicadas, que a veces por el ruido de la tristeza interior, de la rabia, de las insatisfacciones e impotencias, no se ven ni se valoran. Pero están, para mayor asombro, y en el recogimiento de nuestra oración podemos ver y agradecer a Dios por ellas en nuestras vidas. No estamos solos.

Tercero, no temer nuevamente: Ante el asombro de encontrar el sepulcro vacío, no volver a temer, es decir, ante el misterio de lo desconocido, del vacío que se puede sentir, al no entender nada, a pensar que se han robado la esperanza; no temer y compartir con quienes son nuestros compañeros de viaje, familia, amigos, comunidad, el asombro ante el vacío, y allí en medio de esa comunidad asombrada, expectante Jesús, hablará como le habló a María Magdalena y a sus amigas: “No temáis, id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán” (Mt 28, 10)

Cuarto, comunicar: El significado de comunicar es dar cuenta a otro del contenido que tengo. Por eso cabe la pregunta, cuáles son mis contenidos que quiero expresarle a otro. Cuánta falta de comunicación existe hoy, soledad, tristeza y violencia en el trato cotidiano. Una sociedad saturada de información, pero vacía de contenido, de sentido, de buen trato, de palabras significativas, gratificantes, pareciera ser más fácil comunicar todo lo malo del otro que acompañarle en su vida para que desarrolle todo su potencial, corrigiendo fraternalmente, devolviéndole su dignidad humana y resignificando su relación con la trascendencia. Comunicarles que vayan allí donde todo comenzó, a pesar del miedo y la desesperanza, vayan a Galilea.

Y por último, un quinto paso: rescatar la alegría y saber acompañar, a pesar de que el otro sea causa de mi dolor, como decía San Francisco de Asís, (Test, 14), Aunque esta novedad no sea creída (Lucas 24, 11) o en el camino se transforme en mi enemigo. Estar con todas las limitaciones, pero estar para el otro, para mi próximo, para mi hermano. Ayudarle a encontrar la paz, esperanza y la alegría.

María Magdalena nos ayuda, tal como lo hizo con los apóstoles, a ir allí donde fuimos reparados, donde fuimos llamados por Jesús, resucitados ya con el bautismo, y donde los apóstoles dejaron todo y lo siguieron ( Mt.4, 18-22). Nos ayuda a partir aunque con temor, a comunicar esperanza y alegría a volver al lugar donde hemos sido tan felices, rescatémonos los unos a los otros.

Es sin duda, la figura de María Magdalena, una apostola que nos ilumina el camino para acompañarnos en la vida cotidiana y dificultosa. «Dejarse amar para amar, amar para experimentarse amado». Dice el sacerdote argentino Carlos Avellaneda en su libro: «Libres para amar. Los vínculos en la era de la individualización» (Buenos Aires 2013) Y continúa diciendo así: «creyendo a una comunidad y creyendo en Dios, podremos volver a creer en nosotros mismos y así comprometernos en entregas más libres y generosas». Ser hoy apóstoles de los apóstoles, rescatar la fraternidad, la hermandad. Levantemos la mirada para conectarnos de verdad, con palabras del papa Francisco en la Evangelii gaudium: «no nos dejemos robar la comunidad» (EG 97).

Claudia Tzanis Eissler
Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría (http://pliegotante.blogspot.com/2017/07/)


 

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