¿Por qué te inquietas?
Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias,
a él, que es mi salvador y mi Dios. (Sal 42,12)

Es verdad que nuestro tiempo es un tiempo en donde la tentación del desasosiego está presente y más allá de dar respuesta al porqué, me gustaría poner la mira en la frase: Espera en Dios. Tener puesta nuestra mirada esperanzada en Él es recurso seguro para hacer frente a intranquilidades y momentos de incertidumbre.

Empecemos por el principio. ¿Qué significa esperanza?

¿No es acaso mantener una actitud de apertura ante la vida? Es decir, que el ser humano cuando espera algo aguarda que eso ocurra.

La palabra esperanza viene del latín sperare y ésta de spes – esperanza. Sin embargo, también tiene una raíz compartida con su opuesto: desesperanza o desesperar.

Si nos ponemos a pensar en nuestra vida y en la serie de acontecimientos que ella conlleva podemos optar vivirla abrazándola o rechazándola.

Los cristianos creemos que Jesús nos ofrece la manera de hacer frente a todo. A través de Él mismo. A eso nos referimos cuando decimos que Él es nuestra esperanza. Pues ésta tiene un rostro, “el rostro del Señor Resucitado que viene con gran poder y gloria” (Mc 13,26) – Ángelus, 15 de noviembre de 2015.

La esperanza cristiana, por lo tanto, no es un qué, sino un Quién que es el camino para vivir el amor. “Quien a Dios tiene nada le falta”, diría santa Teresa.

Vivir anclados en la esperanza de Cristo, sin embargo, supone una enorme humildad y paciencia; primero porque quien espera no sabe cuándo llegará lo que espera pero sabe que llegará. Y segundo porque no se ve a simple vista, queda oculta en los avatares de la vida pero latente en las actitudes que adoptamos.

Esta manera de vivir también involucra a los hermanos, no podemos decir que hemos puesto nuestra esperanza en Cristo cuando no lo hemos hecho en el prójimo, sería una hipocresía. Aún cuando pensamos que no tenga sentido, espera y verás. Y si no lo ves, confía que no hay imposibles para Dios.

En la actualidad, ¿cuánto bien haría un poquito de esa esperanza en los demás?, ¿cuántas cosas cambiarían?, ¿cuántas guerras nos ahorraríamos?, ¿cuánto sufrimiento y muerte?

Tengamos esperanza. Pero cuidado con confundir esperanza con ilusión. Palabra tan presente en el lenguaje actual. No se trata de perder la ilusión, sino de no perder la esperanza que nos mueve hacia adelante, al contrario que las ilusiones que se desvanecen por ser efímeras.

Que seamos portadores de esperanza a todos los rincones donde vayamos. Que en nosotros y en la discreción de nuestra manera de vivir, los demás reconozcan el rostro visible de Cristo.

Texto:  Claudia Soberón Bullé-Goyri