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Por Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza|2025-08-25T13:52:25+00:007 junio, 2025|

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  • La esperanza: el hilo invisible del cambio interior

    Fotografía de: Virgy de Cádiz Vivimos tiempos en los que hablar de esperanza puede sonar ingenuo. Sin embargo, cuando las certezas se desmoronan y el futuro parece incierto, es precisamente la esperanza —esa emoción tan silenciosa como poderosa— la que sostiene la posibilidad del cambio. Richard Boyatzis, con su modelo de aprendizaje autodirigido, nos recuerda que todo proceso de transformación personal comienza con un acto profundamente humano: creer que es posible llegar a ser alguien mejor, más pleno, más coherente con los propios valores, desde una base real. El yo ideal: el faro que guía en la niebla En esta primera fase, Boyatzis propone que el cambio parte del yo ideal, esa visión íntima de lo que deseamos ser. No se trata de una meta superficial, sino de una imagen cargada de sentido y emoción. En ella habitan nuestros sueños, nuestras aspiraciones más nobles y, sobre todo, la esperanza. Esa esperanza no es pasiva ni ingenua, sino que moviliza energía y perseverancia. Nos impulsa a actuar en dirección a nuestras metas y nos permite sostener el esfuerzo incluso cuando los resultados tardan en llegar. La esperanza, entendida así, no es un deseo vago, sino un combustible psicológico que fortalece la voluntad consciente. El yo real: el espejo que no siempre queremos mirar El cambio requiere también un encuentro honesto con el yo real. Mirarnos sin máscaras ni defensas puede resultar doloroso, pero solo al reconocer nuestras fortalezas y debilidades podemos trazar un camino auténtico hacia el crecimiento. En este punto, la esperanza vuelve a ser esencial: sin ella, el espejo del yo real solo reflejaría carencias; con ella, se convierte en un mapa de posibilidades. Boyatzis sugiere que el foco no debe ponerse únicamente en corregir errores, sino en fortalecer aquello que ya funciona bien. La esperanza, de nuevo, nos ayuda a mirar con amabilidad lo que somos, sin rendirnos ante lo que aún no hemos logrado. La agenda del cambio: cultivar la esperanza en acción El proceso de transformación personal requiere un plan, una hoja de ruta emocional y práctica. Pero más allá de los objetivos, Boyatzis resalta la necesidad de activar lo que llama el “atractor emocional positivo”: un conjunto de emociones —entre ellas la esperanza, el optimismo y la autoeficacia— que crean un estado fisiológico y mental propicio para el aprendizaje y la renovación. Cuando la esperanza domina sobre el miedo, el cerebro se abre, el cuerpo se calma y la creatividad florece. Es entonces cuando el cambio se vuelve sostenible, no forzado. La esperanza, en este sentido, no solo es una emoción; es una condición biológica para el crecimiento. Practicar, fallar, persistir Nada cambia de un día para otro, por eso en la cuarta fase de este modelo, se indica que la transformación requiere práctica, repetición y paciencia. Aprender nuevas formas de pensar, sentir o actuar es un proceso que se consolida poco a poco. Visualizar el yo ideal —ese futuro posible que deseamos alcanzar— nos ayuda a mantener el rumbo cuando la duda o el cansancio aparecen. Y aquí la esperanza vuelve a desplegar su magia: nos da permiso para fallar sin rendirnos, para empezar de nuevo sin perder la fe. El poder de las relaciones resonantes Nadie cambia solo. Las relaciones significativas, aquellas donde somos vistos y aceptados tal como somos, actúan como espejos y refugios. Nos sostienen cuando flaquea la voluntad y nos recuerdan quiénes queremos ser cuando la confusión nos desorienta. La esperanza también se contagia: crece cuando alguien confía en nosotros, cuando nos miran con esa mezcla de ternura y fe que dice “sé que puedes”. Esperar, pero también actuar La propuesta de Boyatzis no es un canto ingenuo al optimismo. Es un recordatorio profundo de que la esperanza es una fuerza activa, no un refugio pasivo. Es lo que transforma el deseo en compromiso, la visión en acción, la intención en cambio real. En un mundo que premia la inmediatez y el miedo al fracaso, mantener viva la esperanza es casi un acto de rebeldía. Significa elegir creer —una y otra vez— en la posibilidad de ser mejores, de sanar, de reinventarnos. Quizás la esperanza no cambie las circunstancias externas, pero sí transforma el modo en que nos relacionamos con ellas. Es el hilo invisible que une lo que somos con lo que soñamos ser; la emoción que da forma al coraje, la constancia y la fe en el propio camino. Porque al final, todo cambio verdadero comienza con un simple gesto interior: atreverse a esperar. Texto de: Sara Canca Repiso Psicóloga del Centro Integral de Psicología Psiete

  • ¿Aceptar el propio cuerpo?

    Al final lo que más cura es sentirse acompañado, abrazado, aceptado (por Dios, por uno mismo y por los demás), con la alegría de sabernos reales y únicos. Y agradecer un regalo, el regalo de existir en este cuerpo único e irrepetible.

  • Los primeros discípulos de Jesús

    Juan Bautista, el último gran profeta, se desprende de sus mejores discípulos para guiarlos hacia Jesús. Esa primera tarde con Jesús cambia la vida de Andrés y el discípulo amado. De inmediato, Andrés llamará a Simón, su hermano. Y Felipe, también llamado, invitará a Natanael. Jesús promete a sus primeros discípulos que verán grandes cosas… Cada mes iremos publicando un nuevo capítulo del curso impartido por Montse de Paz. Un total de 18 vídeos de gran interés y profundidad. Publicado todo el curso en formato libro/eBook en Amazon  https://youtu.be/ViUjAq2emoc?si=2BkiHV0yPARAMteC

  • Tarde te amé

    XXIII MediTcantamos Un espacio virtual para meditar un canto. En esta sesión meditaremos el canto: Tarde te amé Texto de San Agustín de Hipona. Intérpretes: Sierva de Dios hna. Clare, Theresa Crockett (Irlanda) y hna. Kelly, de la congregación religiosa Siervas del Hogar de la Madre. Música de Antonio Baldoni, sacerdote agustino (Italia). Comentarios de: María de Jesús Chávez-Camacho y Pauline Lodder Video: Tarde te amé https://youtu.be/DtbzuUTIUb8?si=k6tfq8xoGWS59A2t     Comentario de María de Jesús Chávez-Camacho Pedraza Pineda de Mar  «Señor Tú me llamaste, tu voz a mí llegó, curando mi sordera» Me gusta este canto a partir de un texto de San Agustín de Hipona. Deja entrever su relación profunda con Dios y condensa bellamente el camino de su vocación. “Señor Tú me llamaste tu voz a mi llegó…” El Dios en el que creemos los cristianos es un Dios de relación: llama, acompaña, protege, consuela… En la Biblia encontramos muchos pasajes de vocación: Abraham, Moisés, los profetas… Y mucho tiempo después, María, a quien al anuncio del ángel dirá: “hágase en mí según tu palabra”. Los relatos de vocación pueden tener elementos semejantes: llamada, sensación profunda de no sentirse digno, promesa de Dios que estará a su lado en la misión encomendada… Sin embargo, y esa es la maravilla, cada vocación es única, porque la relación que cada uno tenemos con Dios es personal, porque somos seres únicos … Por ello, cada texto de vocación, nos puede hacer vibrar en lo profundo del corazón, porque nos sentimos identificados con algo de esta narración de vida. Y a la vez, ese relato nos llena de alegría, recordando nuestra propia historia y nos mueve a dar gracias por el don de sabernos amados por Dios. “tu voz a mi llegó, curando mi sordera” A veces nos puede pasar que estemos llenos de ruidos exteriores e interiores que hacen difícil oír a Aquél que nos ama y nos llama a vivir en amistad con Él.  Pero si entramos en nosotros mismos y hacemos silencio en nuestro ser, podremos más fácilmente oír su voz, como dice el canto, y entonces, cuando llegue la voz de Dios, curará nuestra sordera… Porque su voz acallará las otras voces…  Entonces oiremos de manera más diáfana el susurro del Amor…     Comentario de Pauline Lodder Pineda de Mar «Belleza infinita» Es impresionante como la oración “Tarde te amé” de Agustín de Hipona, escrito en el siglo V, sigue impactando a muchas personas el día de hoy. Sus palabras nos transforman en testigos de una búsqueda intensa y profunda de Dios, y nos describe un aspecto de la trayectoria de conversión de este gran santo. Al mismo tiempo descubrimos con qué nombre íntimo Agustín llama a Dios: “belleza siempre antigua y siempre nueva: belleza infinita”. Dar un nombre a Dios es difícil, porque todas las palabras siempre quedan cortas para reflejar la realidad. Sin embargo, para relacionarnos buscamos palabras, utilizamos nombres… En el islam hay una oración que consiste en meditar los 99 nombre de Dios porque el profeta Muhammad (la paz y las bendiciones sean con él) dijo: «Allah tiene noventa y nueve nombres, es decir, cien menos uno, y quien los conozca irá al Paraíso» En la tradición judía, el tetragrama YHWH, el nombre de Dios que aparece más de 6500 veces en el Antiguo Testamento es sagrado y se evita pronunciarlo… Jesús se dirige a Dios como padre, papá… La manera de nombrar una persona o Dios revela algo de la percepción que tengo del otro… No es lo mismo tratar a Dios de Todopoderoso, que tratarlo de Misericordioso… Hace poco en un retiro hablamos del nombre que nosotros recibimos de Dios: “amados”. La belleza infinita de Dios es el hecho que ama… Es una gran noticia antigua y siempre nueva, vale la pena descubrirla, aunque pudiera parecernos tarde.     Letra: TARDE TE AMÉ – Oración de S. Agustín                                               Tarde te amé, Belleza infinita, tarde te amé, tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva. Y supe Señor, que estabas en mi alma, y yo estaba fuera. Así te buscaba, mirando la belleza de lo creado. Tarde te amé, Belleza infinita, tarde te amé, tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva. Tú estabas conmigo, mas yo buscaba fuera, y no te encontraba. Era un prisionero de tus criaturas, lejos de ti. Tarde te amé, Belleza infinita, tarde te amé, tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva. Señor Tú me llamaste, tu voz a mí llegó, curando mi sordera. Con tu Luz brillaste, cambiando mi ceguera en un resplandor. Tarde te amé, Belleza infinita, tarde te amé, tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva. Hasta mí ha llegado aroma de tu gracia, por fin respiré. Señor, yo te he buscado, siento hambre y sed, ansío tu pan. Tarde te amé, Belleza infinita, tarde te amé, tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva.  

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