Jesús nos dijo: «Siempre estaré a vuestro lado». Seguramente conocen ustedes aquella narración de una persona que seguía muy de cerca a su vez, las pisadas de Jesús. Pero al mirar un día hacia atrás el largo camino recorrido en la playa, vio que había trechos en que sólo se distinguían en la arena, las pisadas de una persona. Se dio cuenta además, que esto ocurría en los tiempos en que había tenido muchas penas y disgustos. Se atrevió a decirle a Jesús: ¿Cómo en esos trances me abandonaste? Jesús le respondió: «Las huellas solitarias que ves, son las mías. Precisamente en aquellos momentos de tribulación tuya, te llevaba en brazos, aunque tú no te dabas cuenta». ¡Qué hermoso estímulo esta respuesta del Señor para seguirle con premura y cercanía! Sin embargo, en nuestra vida siguiendo a Jesús llegamos a una encrucijada, en que sus pisadas se nos esfuman y no sabemos por dónde ir. Esto sucede cuando alcanzamos el pie de la cruz. Sólo vemos el hoyo del recio madero clavado en la tierra. ¿Cómo seguirle entonces?
No temamos. Allí mismo, encontramos la silueta de otras pisadas: las de María. ¡Sigámoslas! Ellas nos llevarán por el sendero cierto, hasta el sepulcro de Cristo para esperar allí, con claraesperanza, su Resurrección. ¡Qué alegre fiesta del alma reencontrarle pronto, resucitado! Y así, poder seguir de nuevo sus huellas aunque sea con un gozoso juego del «escondite»: ahora te veo, ahora no; pero a poco te vuelvo a ver porque eres Tú el que te apareces a mí, sin que yo te vaya a buscar.
Mas ¡ay, que de nuevo te pierdo! Allí, en la cima del monte de tu Ascensión. ¿A dónde ir entonces? ¡Cálmate alma mía! ¡Sosiégate! De nuevo las huellas de María están junto a mí. Si las sigo muy de cerca para no perderme, me llevarán a Pentecostés, donde nace la Iglesia. Me conducirán al abundante y cristalino manantial de la Gracia y de todos los Dones del Espíritu Santo. María queda en su trono. ¡Reina de la Iglesia! Después será asumida incluso en cuerpo y alma, para ser Reina también de cielos y tierra. Pero a nosotros nos habrá depositado ya en brazos de la Iglesia. Crezcamos y andemos siempre junto a esa Comunidad del Señor.
La Iglesia visible, somos todos los cristianos. Démonos la mano unos a otros en signo de paz, de fraternidad, de solidaria ayuda. Caminemos juntos, cogidos amigablemente del brazo hacia el común punto omega, o sea la segunda venida gloriosa y triunfante de Jesús. Y entre tanto, como cántico de peregrinos, clamemos: ¡Maranathá!, es decir: ¡Ven Señor Jesús!
Por Alfredo Rubio de Castarlenas
(Barcelona)
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