¡Santa Rosa de Lima! Primera santa canonizada de América. Y resulta que no te llamabas así; tu abuela deseó y logró que en la pila bautismal recibieras su mismo nombre: Isabel. Parece que a tu madre no acababa de gustarle. En cambio tú le gustabas mucho, te encontraba preciosa y fue ella quien te apadrinó definitivamente con otro nombre. ¡Rosa!, cuyo perfume ha llegado como un delicado incienso al mismo cielo.
Te pintan en los cuadros vestida con hábito de religiosa dominica. Nunca lo fuiste. Siempre permaneciste laica. Laica comprometida, como dirían ahora. Eso sí, fuiste terciaria dominica. El convento de soledad y silencio lo llevabas en tu corazón y allá, en el fondo del jardín de tu casa, te construiste una celdilla para refugiarte en ella y encontrar más en este recogimiento, a Dios Padre. Y desde esta morada salías para darte a los demás, sobre todo a los más pobres. ¡Cuántos dan fe de ello en tu biografía!
Es difícil que un faro de luz desde tu Perú, iluminara todas las costas de los continentes, pero mira por dónde, el perfume de tu nombre se esparce por todos los espacios.
¡Ay! Santa Rosa de Lima, ¡qué cerca estás de todos!
Por Agustí Viñas (Barcelona)
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