El escritor y periodista Peter Seewald, en su libro-entrevista Dios y el mundo (Círculo de Lectores, Barcelona, 2005 p. 95) preguntaba al Cardenal Joseph Ratzinger: “¿Dios es hombre o mujer?” La respuesta del cardenal- hoy Papa- es contundente: “Dios es Dios. No es ni hombre ni mujer, sino que es Dios por encima de todo. Yo creo que es muy importante consignar que la fe bíblica siempre tuvo claro que Dios no es ni hombre ni mujer, sino precisamente Dios, y que el hombre y la mujer le copian (…)”. Seewald insiste: “Pero el problema es que la Biblia habla de Dios como padre, representándolo con una imagen masculina”. La respuesta del entonces Cardenal fue la siguiente : “(…) la Biblia utiliza en la oración la imagen del padre y no de la madre, pero en las imágenes sobre Dios siempre le ha añadido atributos femeninos. Por ejemplo, cuando se habla de la “compasión” de Dios en el Antiguo Testamento, no se menciona el vocablo abstracto “compasión”, sino un término corporal, Rachamin, el ‘seno materno’ de Dios que representa la compasión. El significado espiritual de esta palabra simboliza también la maternidad divina”.
Me he acordado de este pasaje al leer la novela religiosa de Marta Nin Dones en camí (Mujeres en camino. Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2007). En uno de sus capítulos, la autora describe bellamente el momento en que la mujer adúltera, a la que, figuradamente llama Bassemat, a punto de ser lapidada, es presentada a Jesús y Él “se volvió a agachar y continuaba escribiendo en tierra”. Comenta ingeniosamente la autora: “No era, pues, la condena de Bassemat la que dibujaba con el dedo. Ella se fijó bien Rachamin, rehem… escribía estas dos palabras, Rachamin, misericordia, aquella palabra que la adúltera había oído tantas veces referida a Dios y que sólo ahora captaba como hija de rehem, vientre materno. Rachamin se quedaba bien corta entendida sólo como misericordia. Rachamin venía de rehem, era amor de madre, amor incondicional, amor paciente, amor bueno, amor abierto al perdón”.
El P. Henri Nouwen (Nijkerk 1932-Hilversum, 1996) fue un sacerdote católico holandés que, después de casi dos décadas como profesor universitario en prestigiosos centros de América y Europa, abandonó su trabajo para compartir su vida con discapacitados mentales en la comunidad de El Arca de Daybreak (Toronto, Canadá). El P. Nouwen es autor de más de cuarenta libros sobre espiritualidad muy valorados tanto por protestantes como por católicos. En su libro “El regreso del hijo pródigo” (meditaciones ante un cuadro de Rembrandt) explica que el pintor representó al muchacho arrodillado ante su padre, la cabeza descansando en su corazón. El P. Nouwen advierte que Rembrandt pintó el padre con dos manos diferentes, la izquierda fuerte y agarrando, la derecha delicada como una mamá joven. Es un modo bellísimo de describir plásticamente esas dos dimensiones del amor de Dios.
María es el mejor icono de ese Rachamin, de ese “amor materno” de Dios. Ella esperó con nitidez Sus promesas, y lo pudo hacer porque amó mucho. Quien ama, no se cansa de esperar al amado. El amor materno de Dios se manifiesta en la clara esperanza de María.
Por Jaume Aymar Ragolta
(Barcelona)
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