En un naufragio, no es el momento más idóneo para enseñar a nadar a la gente.

Por eso los sacramentos tienen su catequesis. A cada sacramento le corresponde su preparación. Toda persona que solicita un sacramento se debe preparar para poderlo recibir.

De hecho, en todas las parroquias se dan catequesis a los niños para prepararlos para la confesión y para la primera comunión; se organizan cursillos prematrimoniales para los que se van a casar; se catequequiza a los confirmados; y no digamos de la larga preparación teológica y pastoral para ser sacerdote, en los seminarios y Facultades de Teología…

Pero, sin embargo, en pocas parroquias se da catequesis para recibir la Unción de los enfermos. Por eso decía al principio que «en un naufragio, no es el momento más idóneo para enseñar a nadar». Tanto es así, que a este sacramento ya no se le llama «extremaunción», que se reservaba con frecuencia a los moribundos, sino «Unción de los enfermos». El Concilio Vaticano II y la Constitución Apostólica de Pablo VI, que promulga el nuevo ritual, retornan a este sacramento a sus primeros destinatarios: los enfermos. Y dice: «la Unción es el sacramento específico de la enfermedad y no de la muerte».

Hemos de ir enseñando a los niños la aceptación de estos límites tan humanos, que son la enfermedad y la muerte. Y también, que aprendan los adultos esta catequesis que es previa a la celebración del sacramento. La enfermedad es un momento privilegiado de encuentro con Dios.

Jesús curó a muchos enfermos, y los discípulos de Jesús, nos dice San Marcos, «ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban».

Sí, un nuevo horizonte cateqúetico se presenta en nuestras parroquias: preparar a los niños y a los adultos para el sacramento de la Unción de los enfermos.

Por Josep Lluís Socías Burguera