Cuando llegamos realmente a saborear estar a solas con Dios, vamos siendo, vamos sintiéndonos, amigos de Dios; porque no es baldío lo que dice Cristo: “Ya no os llamo siervos, os llamo amigos”. Amigos es una cosa mutua. Si Él me llama amigo, yo puedo llamarle amigo también, ¡somos amigos! ¡Qué tremendo descubrimiento que nos ha dado esta gracia! En la soledad y en el silencio, es donde lo vamos percibiendo más, descubrimos el tesoro que hoy tenemos: ser amigos de Cristo. Y, en Cristo, con Cristo y por Cristo, amigos de Dios Padre.

Somos amigos de Dios, amigos de Dios Padre, amigos de Dios Hijo y amigos del Espíritu Santo (que es, precisamente, el amor de Dios). Para descubrir que somos amigos, a mí me ayudan mucho -y os los recomiendo- los Salmos, pero leídos en cristiano. Porque los Salmos fueron escritos cuando Cristo todavía no había llegado y hablan siempre en futuro. Si cambiamos la expresión de “Señor, Señor…” por lo que realmente es para nosotros: “amigo mío”. Y, en vez de decir: “ven a auxiliarme”, decimos, “ya has venido a salvarme, ya me has auxiliado, ya estoy contigo”; si los ponemos en presente, los Salmos son una maravilla para descubrir, con palabras inspiradas en la amistad, de tú a tú -con confianza-, a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. A cada uno de ellos. Son amigos míos.

Pero para entrar ahí, hay que ser humildes totales; la humildad del ser: no tener ningún orgullo, ninguna vanidad, ningún egoísmo. En la medida que nos despojemos de todo ello, percibiremos más esa amistad con Dios. Pero eso es una muerte, la auténtica muerte para no volver hacia atrás con un pecado mortal. Hemos de morir para resucitar a la verdadera vida; es un abandonarse, realmente, en Dios.

Texto: Alfredo Rubio de Castarlenas
Voz: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claeraesperanza

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Audio: Amigos de Dios