La Iglesia ha proclamado la santidad de dos grandes hombres que además fueron sucesores de Pedro. Algunos califican ambos Papas como “opuestos” y por ello su canonización conjunta como “un equilibrio” para no descontentar a nadie.

Pienso que esta visión maniquea y simplista no le hace justicia a nadie: ni a la Iglesia, ni a esos dos grandes hombres, ni al Espíritu Santo. Es la mente racionalista la que tiene que dividir y cortar, oponer para comprender.

Giuseppe Roncalli abrió un camino valiente en la Iglesia, compuesto de sencillez y cercanía, de escucha hacia el mundo de su tiempo, diálogo con los alejados y con los cristianos de otras confesiones. ¡Y nada menos que convocó el Vaticano II! Quería que las antiguas formas de la Iglesia fueran renovadas, desempolvado el rostro de la comunidad de los creyentes y despojándolo de adherencias históricas ya sin sentido. Quería que la liturgia fuera comprendida y que la Iglesia fuera realmente el pueblo de Dios en camino. Pablo VI continuó su trayectoria, no sin momentos de duda. Juan Pablo I sólo tuvo tiempo de señalar hacia la misma dirección.

Karol Wojtyla continuó adelante. Se lanzó por los caminos del mundo a encontrar y abrazar a personas de toda condición, allá donde estuvieran. Rescató a la mujer –aunque poquísimos se han dado cuenta- con la carta “Mulieris dignitatem”. Rescató también la dignidad del cuerpo y del placer sexual en sus catequesis sobre la Teología del cuerpo. Continuó decididamente el acercamiento ecuménico. Se hermanó con los judíos y como Papa entró en la Sinagoga de Roma, rompiendo un tabú de dos milenios. Habló y colaboró con los musulmanes. Convocó a líderes de todas las religiones a rezar juntos por la paz.

Algunos temas, como el rechazo al aborto o la insistencia en el valor de la familia tradicional, hicieron que algunos lo etiquetaran como conservador, y por ello –qué ingenuos- lo opusieran a la figura de Juan XXIII.

Son distintos, claro está. Pero orientados por la misma brújula. Dos gigantes de la fe, no dos seres perfectos o sin errores. Dos hombres que se dejaron llenar y llevar por el Espíritu Santo.

La Iglesia no los declara santos porque hayan sido perfectos en todo. Seguramente se equivocaron muchas veces, y tuvieron desenfoques en algunos asuntos. Pero fueron realmente portadores de Dios, eran presencia de Dios para millones de personas, llevaron su amor a Jesucristo hasta las últimas consecuencias según su entender. Y en eso fueron heroicos, sobrellevando cansancios, incomprensiones y ataques, dudas e incertidumbres interiores.

Yo pude ver muchos años, muy de cerca, al Papa Juan Pablo II. Y puedo asegurar que su manera de relacionarse con las personas era totalmente fuera de lo común. Personal, directa, entrañable. Atento a todos hasta la extenuación.

Bendigo a Dios por ellos, por el bien que hicieron a la Iglesia, por la muchísima gente que encontró a Cristo gracias a ellos, y confío en que nosotros sigamos este camino de libertad interior, de amor a Jesús y a la Iglesia. De cercanía con toda persona, simplemente porque existe.

Texto: Leticia Soberón
Voz: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claeraesperanza

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Audio: Dos santos que además fueron Papas