Recuerdo que de pequeño me impresionaba mucho la escena de la expulsión de los mercaderes del tempo, por parte de Jesús. Me preguntaba, si Jesús venía a traer un mensaje de paz, de amor y de perdón, ¿qué quería decir esta expulsión de los vendedores con un fuete de cuerdas? En primer lugar tendríamos que preguntarnos qué significa violencia. Violencia viene de vis, que en latín quiere decir “fuerza”. Por tanto, la violencia del amor es la fuerza del amor. Nosotros habitualmente entendemos la violencia como destrucción: atentados, agresiones, guerras, degollaciones públicas… En este caso son formas de una violencia negativa y Dios no la quiere. Pero hay otra violencia -una fuerza- que no pretende hacer mal porque no tolera el mal. Es la fuerza de luchar contra la injusticia y contra toda forma de explotación. Aquel incidente del templo era marcadamente simbólico, al igual que la presentación de una parábola. Por otro lado, si el incidente hubiera llegado a más, la guardia del templo seguramente habría actuado y no consta que haya sido así.
Jesús se enoja, con santa ira, con aquellos que quieren convertir el santuario en un lugar de mercadeo. Pero queda claro que aquel santuario es simbólico, que el santuario más importante es el de su propio cuerpo, el de su Persona. Él es el tabernáculo del Espíritu Santo. Y todos nosotros, que somos otros cristos, también lo somos. Por tanto, todo mercadeo que se haga con la persona, toda explotación, toda prostitución, toda perversión, todo atentado contra su dignidad, han de ser expulsados. Y los cristianos, con airada esperanza -como se titula un libro del obispo Pere Casaldàliga- hemos de luchar contra todas las formas del mal…
El libro del Éxodo es una secuencia de preceptos legales. Me fijo sólo en uno: honrar padre y madre, el cuarto mandamiento, aquel que figura como frontiza entre los mandamientos dedicados a Dios y los dedicados a los hombres. Honrar al padre y a la madre, porque nos han dado la vida y con la vida también el don de la fe. Y en los padres quedan asumidas las personas mayores, los ancianos. ¡Cuánto nos habría de doler si alguna vez hemos tratado de manera violenta, con violencia negativa, verbal o física, a nuestros padres o a nuestros ancianos, porque hemos sido intolerantes con ellos o no hemos sido comprensivos cuando su mente se debilita…!
Durante la Cuaresma contemplemos la cruz. ¡La hemos mirado muchas veces sin verla! Recordemos lo que era en tiempos de Jesús: un instrumento de suplicio, un patíbulo… El sacerdote Josep Maria Turull, rector del Seminario de Barcelona, propone un ejercicio sencillo: tener en la habitación una cruz y cerca de ella la imagen o el nombre de una persona que nos hace sufrir. Y, con este gesto, saber descubrir que en lo absurdo y en el escándalo de todo dolor hay un sentido escondido: que el dolor vivido con fe, se convierte en dolor salvífico. Como dice la carta a los cristianos de Corinto: en el absrudo (aparente) de la obra de Dios hay una sabiduría superior a la de los hombres, y en la debilidad (aparente) de la obra de Dios hay un poder superior al de los hombres. Dios siempre sabe sacar de los males, bienes.
Audio: La violencia del amor
Texto: Jaume Aymar
Voz: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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