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«Y Dios dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra”»
Gn 1,26.
Creación de Adán, monotipo de Josep Gual de Sojo de la colección El Génesis y el Apocalipsis. Pinacoteca de Sant Jeroni de la Murtra.

Los paganos, que creían que todo se acababa después de este mundo, sacaban la conclusión de que se debía gozar lo más posible de todo, en esta vida.

En el extremo opuesto había ciertas espiritualidades que poniendo su atención exclusivamente en la otra vida, menospreciaban la presente, negándose toda complacencia por pequeña que fuera y haciendo de la austeridad una suprema virtud.

Ni una cosa ni otra parece que es lo deseado por Dios Padre, al hacer la Creación ¡tan hermosa! Ni por Jesús al redimirla para nosotros, y devolverle sobreabundantemente el esplendor perdido por el pecado.

La virtud verdadera, esta equidistante como nos explicó santo Tomás, de los extremos viciosos en este caso: el hedonismo (tener por objetivo sólo el placer en nuestra existencia terrena) y la austeridad total.

Los bienes que Dios ha puesto en manos del hombre, hay que saber usarlos con justicia, con prudencia, con templanza, con fortaleza agradeciendo y alabándole. Esa armonía en el recto disfrute gozoso de las cosas, tiene un nombre en griego: eutrapelia. Virtud muy desconocida y olvidada. Quizás por eso, la gente va de un bandazo a otro. Desde una locura de placeres desordenados y sin freno, a un menosprecio de todo, falto de ternura y caridad.

Por Agustí Viñas (Barcelona)