[audio:https://hoja.claraesperanza.net/audio/bienaventuranzas.mp3|titles=Las bienaventuranzas]Audio: Las Bienaventuranzas

Las Bienaventuranzas son los dichos más conocidos del Sermón de la Montaña que Jesús de Nazaret pronunció, de acuerdo a los registros de los evangelios según Lucas y según Mateo. San Lucas se dirige a los paganos; San Mateo, a los judíos, a gente ya religiosa, ya iniciada.

Se han encontrado dichos similares en los Manuscritos del mar Muerto, que fueron escritos antes del nacimiento de Jesucristo. La palabra “bienaventuranza” es una palabra técnica. Ahora, entre nosotros, no es de uso común, pero se entiende. En algunas traducciones se hace sinónimo de feliz. Es más rica la expresión “bienaventurado” que feliz, pero feliz se comprende mejor. Dios quiere que seamos felices y lo repite muchas veces. Las bienaventuranzas describen las características de las personas que son consideradas bendecidas por Dios. Hay un matiz, por lo tanto, de perennidad y de arraigo. No se trata de una felicidad pasajera ni efímera: es una felicidad para siempre.

Las bienaventuranzas están escritas (y probablemente fueron dichas) en plural. Los pobres, los humildes, los afligidos… “Vosotros”, es la concreción. Jesús habla a una comunidad concreta: a la mía, a la tuya, a la nuestra. Hay otras expresiones de bienaventuranza que se encuentran en diversos lugares del evangelio: “Feliz tú que has creído, todo lo que el Señor te ha hecho saber se cumplirá”, dice María a Isabel. María, en el canto del Magnificat, profetiza: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada”.  O bien, lo que Jesús dice a Tomás: “Bienaventurados los que creerán sin haber visto”, que somos todos nosotros.

Jesús predicó con el ejemplo, él fue el primer “pobre”, “humilde”, “afligido”, “compasivo”, “limpio de corazón…”. El que amó hasta dar la vida. Las bienaventuranzas sólo las entiende quien ama. Cabe preguntarnos, ¿somos felices? Eso no impide que un día estemos tristes o de mal humor. Pero hay una felicidad más profunda que es la felicidad del que ama y se siente amado.

Las bienaventuranzas son una teofanía, la manifestación de cómo es Dios, pero la mentalidad hebrea elude el nombre de Dios por respeto. Jesús, a través de las bienaventuranzas y a través de su propia vida, anuncia cómo es Dios: Dios reina y su reino está cerca, Dios consuela, Dios da la tierra, Dios sacia, Dios compadece, Dios se deja ver, Dios es padre. Las bienaventuranzas son pistas luminosas para saber cómo es el Dios de Jesús.

El Reino de Dios está cerca. Una parábola muy breve para decir que Dios mismo está cerca. Este Dios no es un Dios lejano, sino un Abbá amoroso. Nuestro Dios es un Dios de consuelo. Vemos cómo Jesús consuela a Jairo por la muerte de su hija, o a la viuda de Naím por la pérdida de su hijo, o a Marta y María por el traspaso de Lázaro, o a la pecadora arrepentida…

Dios da la tierra, es decir, nosotros avanzamos hacia un cielo nuevo y una tierra nueva. Para el pueblo judío la tierra era sinónimo de felicidad. Tener un espacio donde vivir, un espacio que me dé su fruto. Nosotros avanzamos hacia el Reino.

Dios sacia. Dios llena nuestra medida, colmada hasta derramar. Decía Teresa de Jesús: “Solo Dios basta”, y también: “Nunca estoy menos sola que cuando estoy sola”. Dios tiene entrañas de misericordia. ¡Se compadece de nosotros! Dios sufre por nosotros, Dios Padre padeció una pasión al costado de su hijo. El silencio del viernes santo se rompe con la palabra definitiva dicha la mañana de Pascua. Dios se deja ver a través de Jesús. “¿Tanto tiempo y no me conocías?”. “¡Quien me ve a mí ve al Padre!” A Francisco de Asís todo le hablaba de Dios y, por eso, una vez contemplando unas plantas les dijo: “¡calla!”.

Qué bonito el testimonio de la religiosa francesa sor Marie Simon-Pierre, que se ha curado del Parkinson por la intercesión de Juan Pablo II: “He visto muchos enfermos, he acompañado muchos infantes discapacitados… y me he preguntado, ¿por qué a mí? Es un misterio. Pero lo que está claro es que se trata de una llamada a servir a aquellos que sufren, a estar a su lado y animarlos para que no pierdan la confianza. Si he sido curada es para continuar al servicio de la vida, defender las familias, sobre todo las más pobres, las de origen extranjero…”.

Dice el jesuita Xavier Melloni que, “las bienaventuranzas, pronunciadas desde una montaña, tienen el carácter de una teofanía (manifestación de Dios) y constituyen una de las páginas más bellas de la literatura universal. Hablan de una felicidad paradójica que se abre camino en medio de la adversidad y de la contradicción. Cada frase es un pasaje, una pascua, donde se extrema la paradoja: las tierras de escasez se revelan tierras de plenitud. No hay otra manera de alcanzar lo divino que a partir de lo que es humano mismo, yendo hasta al fondo último, perforando la cáscara que se resiste”.

Cada bienaventuranza comienza en precariedad y acaba en plenitud. El vacío de tener se convierte en plenitud de ser (Mt 5, 3). Por el llanto solidario con los que sufren se llega a ser consolado (Mt 5, 4). Por la desposesión, los humildes se convierten en la capa de humus fértil que cubre la tierra (Mt 5, 5). El deseo de que haya justicia anuncia las primicias de una humanidad nueva (Mt 5, 6). El descentramiento de poner el corazón en la miseria ajena se convierte en capacidad para recibir el corazón de Dios en la propia miseria (Mt 5, 7). La transparencia de la mirada que no juzga ni compara, sino que acoge incondicionalmente, se convierte en percepción de que Dios está presente en todo (Mt 5, 8). La preocupación por la paz nos hace partícipes de una fraternidad sin fronteras, en esta difícil tarea de reconciliar a los humanos (Mt 5, 9). Los que son fieles a causas justas, más allá de las modas y de los intereses cambiantes, son felices porque tienen el absoluto dentro y fuera de sí mismos, aunque sean perseguidos porque se anticipan a su tiempo, tal como sucedió con los profetas y con Jesús (Mt 5, 10-11).

En estos tiempos de tensión y de crispación que vivimos en la sociedad y en la Iglesia, optemos por el estilo de las Bienaventuranzas.

Por Jaume Aymar Ragolta
Voz: Eduardo Romero
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza