San Juan, en su evangelio nos narra la muerte de Lázaro, el amigo de Jesús. Esta narración nos pone ante una situación límite: la muerte de un ser amado. Muchas y muchos hemos pasado ya por esta experiencia.

Cuando avisan a Jesús de la enfermedad de Lázaro, no va enseguida a verlo. Espera a terminar lo que estaba haciendo. Sabe que cada cosa tiene su ritmo y su tiempo. En aquel momento estaba instruyendo a sus discípulos e, incluso aquella enfermedad y sus consecuencias, servirían como aprendizaje para los que lo rodeaban. Dios tiene un tiempo que le es propio y, a menudo, los seres humanos por nuestras limitaciones no llegamos a captarlo.

Jesús, aparentemente, no llega a tiempo para “salvar” a Lázaro. Pero sí llega a tiempo para estar con los amigos, su familia, y llorar con ellos la muerte de la persona amada. “Si hubieras estado, no habría pasado”, le dicen a manera de reclamo afectuoso, fruto de la confianza puesta en Él. Jesús, conmovido, llora y llama a su amigo: “¡Lázaro, sal fuera!”

Esta resurrección no fue sólo de Lázaro, fue el paso de la muerte a la vida de todo un conjunto de personas que, fruto de ser testigos, se convirtieron a la vida. Comenzando por los discípulos que venían de viaje con Él; pasando por María, Marta y el propio Lázaro, y llegando a los judíos que estaban acompañando el luto de las hermanas. A menudo son los grupos humanos los que están en situación de muerte y han de hacer un proceso para volver a la vida.

Jesús, muchas veces actúa de forma que su mensaje llegue a varios niveles: el círculo de personas que están cerca de Él, las personas hacia las que dirige su actuar y las personas que están lejos. Todas reciben la irradiación del paso de Jesús por sus vidas.

Resucitar quiere decir “volver a levantarse o ponerse en movimiento de nuevo”. Nadie resucita por su propia fuerza, necesitamos de Dios para hacerlo. Dios se vale, para esto, de las personas o las situaciones que nos rodean y nos llama de nuevo a vivir. Incluso, a veces Dios se vale de nosotros para hacer resucitar a otros que han caído y están esperando ser levantados de nuevo.

Si abro mi corazón, podré ver que yo también estoy invitado a vivir mis relaciones en clave resucitada. La resurrección no es un acto puntual, sino un proceso que dura toda la vida. Avanzar sucesivamente hacia Dios es avanzar en la propia humanidad, viviendo nuestros límites y los límites de las demás personas, como ocasiones para “ponernos en movimiento”. Ese movimiento que es amor y es salida de uno mismo. Jesús nos dice de muchas maneras: ¡Sal fuera!

Texto: Javier Bustamante

 

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