El Reino de Dios es elegir. Esto nos viene a enseñar Jesús. A través de diversas parábolas y con su propio testimonio de vida, nos va mostrando que el camino hacia Dios es una elección.

Elegir entre el egoísmo y el altruísmo, entre las cosas superfluas y las esenciales, entre la vida eterna y la pasajera… En el evagelio de Mateo, en el caapítulo 13, se recogen dos imágenes de las enseñanzas de Jesús que, en su redacción, van seguidas. La primera es la comparación del Reino con la red que sale del agua toda llena y que, estando en tierra, se han de elegir los peces buenos y los “malos”. Un ejemplo aparentemente entendible para las personas de aquel contexto hace dos mil años.

Hoy, ¿con qué podríamos comparar el Reino? ¿Qué quiere decir quedarse con lo bueno y tirar lo que es malo? ¿Hemos de discriminar a las personas o hemos de formar parte de los discriminados por ser “malos”? Seguramente estas no son actitudes del Reino.

Jesús utiliza el verbo elegir. Elegir es un verbo que sólo puede ejercerse desde la libertad y desde el conocimiento o experiencia. Los años que cada quien vamos sumando nos han de servir para saber elegir. ¿Y elegir qué? Pues elegir amar y ser amado. Las maneras de amar son tantas como personas, y si se hace desde la libertad, entonces esta estimación es ya vivir el Reino del Cielo en la tierra.

La segunda imagen que propone Jesús es la que dice que “todo Maestro de la Ley que se ha hecho discípulo del Reino del cielo, es como un jefe de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”. En su bagaje tiene todo el saber del Antiguo Testamento -la cultura y la religión judía-, podríamos decir que son como las cosas antiguas de la parábola. Y, ahora, nacido a una vida nueva, el Maestro de la Ley va adquiriendo una manera diferente de contemplar aquello que veía desde las claves anteriores. Esta también es una elección que tiene que ver con la libertad. Es decir, desde dónde contemplamos la creación, y a nosotras y nosotros incluidos en dicha creación. Tanto lo antiguo como lo nuevo es válido, todo nos aporta claves para entender la vida. La cuestión es cómo lo hacemos coincidir armónicamente.

Jesús, en su paso por la vida de las personas de aquel tiempo y del nuestro, es como una encrucijada donde se abren opciones de camino. El camino que Él nos propone es uno que se va haciendo sobre la marcha y que tiene que ver con la singularidad de cada persona y con su libertad. La brújula que lo orienta es el “amar a los demás como a nosotros mismos”. Este es el horizonte que propone seguir. Y esa brújula radica en el corazón. Hay que saber consultarla y orientarla con los acontecimientos cotidianos.

Texto: Javier Bustamante
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

 


 

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