Anela es el personaje que saca las mesas para los desayunos cada día, a pesar que no hay café, ni pan, ni huevos, ni turistas en su pensión a los pies del Trebevic durante la guerra de los Balcanes. La describe Margaret Mazzantini en el libro La palabra más hermosa con una perseverancia indestructible. La guerra y los ladrones han vaciado y destrozado todo lo que tenía y ella ha recogido los pedazos de les tazas, los ha unido y todas las mañanas las coloca en las mesas desnudas: «Palomas cansadas, inmóviles, a la espera de la paz. Era su orgullo y su orgullo fue su resistencia».

No es fácil descubrir la resistencia. Las personas somos débiles, sufrimos, nos afecta la vida, tan bella que es… pero efectivamente limitada y dolorosa. Este presente pandémico necesita el ejercicio resistente, pero hace falta el sentido, hay que poner nombre a novedades que se nos muestran, hay que avanzarse a la incertidumbre, aunque sea con balbuceos desorientados y borradores que mañana botemos al reciclaje. Pero no nos podemos dormir, porque el cansancio, la necesidad, la supervivencia… pueden fácilmente traspasar la finísima línea que convierte la resistencia en resignación.

La resistencia es tozuda, está convencida de que tiene que aguantar, pero también que ella es todavía más fuerte que todo lo que la quiere derrumbar, es una fortaleza profunda, no es una fortaleza prepotente, es digna y si es necesario es combativa, pero no va al combate, va al salvataje, por eso es constructiva. Y ahora tenemos que resistir. Tenemos que aguantar. Tenemos que ser resistentes amorosos.

Tenemos incertidumbres, muchas, por todas partes: no sabemos si habrá rebrote, si estamos contagiados, si podemos recaer, no sabemos cuanta más gente morirá de contagio, si efectivamente habrá más espiritualidad en el mundo, si habremos aprendido algo, si el sistema de trabajo y economía que nos gobierna girará hacia una plataforma más humana, menos individualista, personalista y buscadora d éxito. Pero hay que ir más a fondo, revisar como estamos de reservas de sentido y ser tozudos: la vida es mucho más que el dinero, las personas somos comunidad, el poder oprime a las personas y las personas necesitamos amor. «Sentirnos amados por lo menos una vez en la vida, nos puede salvar», escuché decir a la teóloga Manolita Pedra.

¿Por qué hay que aguantar?, ¿para no enfermarnos, para no contagiar a otros si es que somos portadores?, ¿aguantar hasta encontrar el antídoto? ¡Sí!, pero también, todo este confinamiento, esta distancia social, nos tiene que llevar a la re-existencia, a conectarnos más con el ser.

Ahora que no estamos seguros de si lo que hacemos sirve para alguna cosa, si algunas cosas que hacíamos las seguiremos haciendo, ahora tenemos que poner la creatividad a trabajar para que nos salvemos todos, para que el amor sea el vínculo y motor que nos oriente a hacer y ser comunidad.

Texto: Elisabet Juanola
www.elisabetjuanola.com

 


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